Psicología Analítica: Simbolismo y transformación


La psicología analítica propende por el conocimiento profundo de los símbolos, las religiones y el arte, considerándolo fundamental para la formación del analista, puesto que estos hechos culturales ofrecen un vasto campo para adentrarse en una búsqueda de saber referida a los alcances del alma. Mas el analista no debe limitarse a indagar en las raíces de aquello que proporciona las representaciones que del mundo se hace el ser humano, aunque de su resultado dependa el material teórico con el que ha de trabajar, sino que también debe aplicar los conocimientos adquiridos para emplearlos con fines prácticos a través de la psicoterapia, cuyo objetivo es lograr una trasformación esencial en alguno de los aspectos de la vida de su paciente.

Y es en este sentido donde la psicoterapia analítica introduce una revolución, desmitificando la concepción del vínculo entre las partes implicadas cuando sostiene que el analista necesariamente sufre, al igual que el paciente, una afectación en su proceso de individuación, puesto que en ambos se han de generar acontecimientos anímicos en torno a la cuestión que en el devenir del proceso se plantee como problemática, trazándose como meta la resolución de la misma a partir de un saber inconsciente que se revela a la conciencia. Conseguir tal saber sólo se logra mediante una exploración de las profundidades del alma, para lo cual un acceso viable son las imágenes y los símbolos que emergen a través de una dialéctica entre la conciencia y el inconsciente y que encuentra su posibilidad tanto en la creación artística y la experiencia espiritual como en los fenómenos oníricos con los símbolos que le presentan al soñante. Lo dicho permite afirmar algo de gran valor en cuanto a la dirección hacia el estudio de lo misterioso, de lo profundo, del lado oscuro y desconocido de la naturaleza humana, que paradójicamente articula las creencias de tradiciones ancestrales con lo que podría representar el comienzo del posmodernismo; en tanto el principio de la modernidad es, según los supuestos de la Ilustración, el de “ver para creer”, la posmodernidad promueve, tal y como se daba desde el paganismo y las antiguas mitologías hasta el oscurantismo, el “creer para ver”, y es esto justamente lo que intenta instaurar como vía para el conocimiento del alma la propuesta junguiana.  

La teoría de Jung, aunque surgió de los fundamentos del Psicoanálisis, se estableció a partir de la  discrepancia en cuanto a la concepción de uno de sus principales planteamientos, considerando que Freud había conferido una incidencia casi total a la sexualidad en la configuración de la vida psíquica, y que ello dio lugar a un sentido unidireccional de la interpretación de los símbolos y su movilización, difiriendo frente a la idea de que los fenómenos sintomáticos encuentran su origen en traumas vividos en la infancia relacionados con experiencias vinculadas al erotismo. Lo que Jung aduce es que, más allá  de las experiencias sexuales de la infancia y sus secuelas en la vida del adulto, existen otros asuntos de equiparable trascendencia tras la motivación de los contenidos inconscientes y que aquello que constituye el psiquismo, es decir, lo que mantiene en movimiento la energía psíquica o libido, es de una naturaleza polivalente, siendo preciso apreciarlo de manera más amplia que a la sexualidad;  desde esta perspectiva lo que da lugar al lenguaje del inconsciente es una tendencia a la trasformación que se manifiesta mediante la creación y asimilación de símbolos e imágenes, abriéndose una vertiente a partir del cuestionamiento respecto a esos otros factores igualmente influyentes en la constitución de la vida psíquica.

Lo anterior conduce a todo un sistema de planteamientos sobre la organización topológica del inconsciente, que formula la existencia de personificaciones completamente estructuradas, representadas por la conjunción de tendencias, ideas y actitudes inconscientes frente al mundo exterior, denominadas Complejos, las cuales operan permanentemente en todos los seres humanos, encontrándose condicionadas por imágenes simbólicas primigenias, a las que Jung designó el nombre de Arquetipos. La distinción entre estos fenómenos psíquicos radica, en primera instancia, en la magnitud de su manifestación y significación según su origen, en personales y universales, dándose con ello una segunda diferencia que remite a su derivación, la cual está determinada por la proveniencia de la simbolización, según sea esta individual o colectiva. De esta manera se desarrolla la tesis principal de Jung que alude a la contemplación del inconsciente como una esfera constituida por capas que se forman a partir de las vivencias tanto de la historia personal del individuo, como de preguntas que se ha formulado la humanidad desde sus inicios, correspondientes respectivamente a la institución de los complejos y de los arquetipos, siendo estos últimos las modalidades de responder, a partir de imágenes, a tales cuestiones. Esta contribución al estudio de la psique permite una comprensión más profunda en lo concerniente a la creatividad, puesto que involucra especialmente las imágenes y los símbolos, concediéndoles una participación prioritaria en los procesos de transformación, conscientes e inconscientes. Con esto se vislumbra ya uno de los focos a que se dirige la teoría y un objetivo de la psicoterapia analítica: la creatividad es considerada como un instinto de la especie humana, como una necesidad intrínseca a su naturaleza y como tal debe ser satisfecha al mismo tiempo que dominada.
                                                                                                           
No obstante ser añadida por Jung a los instintos de nuestra especie, la creatividad no está en él delimitada únicamente al ámbito de lo artístico, sino más bien a una propensión constitucional. Cuando Konrad Lorenz en su estudio acerca de la conducta animal habla de los instintos, se refiere a la alimentación, la reproducción, la agresión y la huida, mas Jung hace un aporte traduciéndolos desde lo humano, y los equipara al hambre, la sexualidad, el impulso activo y la reflexión, agregando finalmente el instinto creativo. Sin embargo, aunque Jung introduce la creatividad como un instinto (hacia el cual además, dirigió el interés en su propuesta terapéutica), lo aborda también como una tendencia a la trasformación propia del alma, estrechamente vinculada a la necesidad de trascendencia intelectual y espiritual.

James Hillman, quien examina y profundiza la teoría junguiana, da un tratamiento al tema de la creatividad en el que ofrece una aclaración referida a las implicaciones de la potencialización psíquica de alguna de las polaridades presentes en cualquiera de las funciones, símbolos  o imágenes del inconsciente:    

Dado que la creatividad psicológica se mueve, como cualquier instinto, entre un polo destructivo y otro constructivo, hay que afrontar que hacer alma conlleva destruir alma”. [1]

Con esto, lo que Hillman quiere mostrar es, en otras palabras, que el aspecto negativo que pueda adquirir el instinto de creatividad, es necesario para la culminación de un proceso, el proceso de individuación, al que confluye el análisis; de hecho en el transcurso de la psicoterapia analítica es preciso pasar por un estado similar, psíquicamente hablando, al de la muerte, para llegar al reconocimiento de los contenidos que se encuentran en el trasfondo de los actos conscientes. Hay, para ilustrar lo que propugna la teoría y la intervención analítica, una vía: la alquimia; los términos empleados y las fases por ella descritas, finamente estudiados por Jung, coinciden de manera sorprendente con estados por los que se atraviesa en el proceso de individuación; los elementos que participan en el proceso tienen una connotación simbólica sólo comprensible a través de una mirada analítica y una interpretación cuidadosa.

Durante mucho tiempo, la alquimia pretendió ocupar el lugar de ciencia conforme a las exigencias del positivismo, aunque nunca pudo lograr tal efecto en quienes, bien de soslayo, bien completamente, comprendían su fin, por el carácter de secreto que la envolvía. Sólo unos cuantos pudieron dedicarse a ella por la disposición de tiempo que requería por parte de sus adeptos; porque los instrumentos exigían una inversión económica considerable y porque no cualquier neófito podía dedicarse a ella, estando reservada únicamente a los  letrados ya que implicaba conocimientos en filosofía, química, física, matemáticas e incluso en medicina. El fin que perseguía era encontrar la “quintaesencia” del ser humano, es decir, aquello que pudiese dar cuenta de la unión entre lo espiritual y lo material, más allá de lo puramente psicológico. En otras palabras, la alquimia buscaba el secreto del alma, del espíritu, del pensamiento. Las referencias al “elixir de la vida” o la “piedra filosofal” son metáforas que se difundieron para confundir a los profanos distorsionando la información, con el propósito de mantener en secreto y obscurecer el verdadero objetivo, imprimiendo a la alquimia un sello de misticismo y de esoterismo del que jamás se pudo librar. Mientras tanto, los alquimistas escribían numerosos tratados en un lenguaje repleto de alegorías y metáforas, donde explicaban las fases de un proceso a partir del cual se transformaba la materia con el fin de alcanzar su nobleza, lo que, no está de más señalar, es correlativo a la realización de una obra de arte:


“Lo que (el alquimista) ve y cree reconocer en la materia son, ante todo, sus propias circunstancias inconscientes que él proyecta en ella; es decir, salen a su encuentro, procedentes de la materia, estas cualidades y posibilidades de significación inherentes en apariencia, de cuya naturaleza psíquica no tiene conciencia alguna. […] se distinguen cuatro fases, caracterizadas por colores de pintura ya mencionados por Heráclito, a saber: melanosis (ennegrecimiento), leukosis (emblanquecimiento), xantosis (amarilleamiento) e iosis (enrojecimiento)”.[2]

Desde una mirada analítica, lo que los alquimistas llamaban "materia" entonces, hacía referencia a su propia personalidad, cuya transmutación debía dar como resultado la liberación del "espíritu" en ella implícito. La llamada “Piedra Filosofal” no es más que aquella herramienta que permitía dicha liberación. En otras palabras, la transformación de los metales alude de manera simbólica al proceso de transformación del alma del alquimista. En la psicoterapia analítica es justamente este proceso lo que se busca y de hecho el fin es el mismo que el de la alquimia.  Por otra parte, las fases descritas dan cuenta de un proceso,  al que, bajo la interpretación psicológica, puede atribuírsele a la sensación de putrefacción de aquello que antes se erigía como verdad absoluta para la consciencia y el encuentro de una alternativa para la sublimación de lo que ha atormentado al alma desviando la energía psíquica, todo ello da lugar a la individuación, correspondiente en la alquimia al Opus, la gran obra. Del mismo modo, la integración de las imágenes del inconsciente, del anima y el animus [3] que habitan en todo ser, equivalen a la “boda real” de la alquimia, que da origen al lapis philosophurum, la Piedra, cuya elaboración era la única que justificaba el sacrificio espiritual y el riesgo físico y psicológico del alquimista y que corresponde en términos psíquicos al Si-mismo, es decir, el reconocimiento de la totalidad de la psique, el conjugar las potencias de  la consciencia y el inconsciente.

La intencionalidad de esta remisión a la alquimia es demostrar cómo el símbolo es una clara representación de la facultad de crear y dar significado a algo, siendo su función la de representar aquello que por mera descripción sería casi imposible, así, una figura, un criptograma, un número, una imagen, pueden dar cuenta ya sea de una entidad sacra o de una idea compleja, concebidas en la psique desde la antigüedad.

“El hombre, con su propensión a crear símbolos, transforma inconscientemente los objetos o emociones en símbolos (dotándolos por tanto, de gran significancia psicológica) y los expresa ya en su religión o en su arte visual. La historia entrelazada de la religión y del arte, remontándose a los tiempos prehistóricos, es el relato que nuestros antepasados dejaron de los símbolos que para ellos eran significativos y emotivos. Aun hoy día, como muestran la pintura y escultura modernas, todavía sigue viva la interacción de la religión y el arte.”[4]




[1] HILLMAN, James, El mito del análisis, pág. 55
[2]JUNG, C.G Piscología y Alquimia, pág. 141.
[3] Ambos términos se refieren a los arquetipos que representan la actitud inconsciente de un individuo, opuesta a aquella que le corresponde según su posición consciente frente a la cultura; el anima es pues el arquetipo de los varones, de naturaleza femenina, generalmente reprimido y que complementa la tendencia masculina; el arquetipo de animus es su contrario y se presenta en las mujeres como representación de su lado masculino. 
[4]JUNG, C.G. El hombre y sus símbolos, pág. 231.
Publicado por Sara Ángel Vélez en 9:19 PM