Sobre "El Secreto de la Flor de Oro" (tai i gin hua dsung)


Los orígenes de la Flor de oro se remontan a la filosofía china y, de algún modo,  a los dioses de la religión taoísta. Remite a una doctrina, más que a una mera práctica de meditación y se podría asociar a la trascendencia del pensamiento, pues conlleva un incremento significativo en el nivel de la conciencia que redunda a su vez en un incremento de la percepción intuitiva y racional. Además de lo anterior, esta meditación comprende un desarrollo paulatino de la esfera espiritual, en tanto conjuga las prácticas meditativa y contemplativa con la regulación conciente de la respiración y la postura.
“El origen Taoísta parece ser la deidad china Lü Dongbin, quien es el más conocido de los ocho inmortales (Zhongli Quan representa a los militares; Lü Dongbin a los burócratas; Li Tieguai a los enfermos y heridos; Han Xiangzi a los sabios;Cao Guojiu representa a la nobleza; Zhang Guo Lao a los ancianos; Lan Caihe a los pobres y He Xiangu a las doncellas) y es considerado por algunos el líder de facto, aunque el líder oficial es Zhongli Quan. En las representaciones artísticas aparece vestido como un erudito, llevando una espada para alejar el mal y un espantamoscas. Probablemente esta representación aluda a la característica sanadora de la práctica meditativa del Tao y por tal motivo tal vez Lü Dongbin es adorado por los enfermos y honrado como erudito. Lü Dongbin es su nombre de cortesía, pero el real era Lü Yan aunque él se llamaba a sí mismo Chunyang Zi "el maestro completamente yang" y los taoístas le conocen como Lu zu "el Lü Originario".[1] Esta denominación está en completa concordancia con todas las premisas del Tao, pues el objetivo primordial es alcanzar ese ser originario, con el que todos compartimos parte de la esencia del cosmos pues “El Tao o Sentido, doma al hombre y a la naturaleza, visible e invisible, el hombre participa en el acontecer cósmico, porque está entretejido interna y externamente con él y las leyes naturales se reflejan en el cuerpo, (la tierra), en la mente (el cielo) y en el orden del Universo, el Tao de la Naturaleza” [2]
Richard Wilhelm fue discípulo de un Maestro Chino, de quien aprendió dicha filosofía y doctrina, además de convertirse en uno de los principales sinólogos, y al recorrer este camino del estudio profundo de una cultura diferente de la suya originaria, se encontró con Jung, quien también dedicó gran parte de su vida al estudio de otras culturas, al descubrir en su práctica médica-psiquiátrica los aportes que ello le prodigaba. Jung estudió un sinnúmero de religiones, culturas y mitologías, pues encontraba en las producciones gráficas y verbales inconscientes de sus pacientes correspondencias con símbolos e imágenes y personificaciones (arquetipos) de múltiples culturas y mitologías desconocidas por ellos mismos, lo que algunos nombrarían como coincidencias, que sin embargo para él eran la manifestación de la sincronicidad que fundamenta y sustenta la existencia del inconsciente colectivo. Y es así como cada uno aporta al otro en su encuentro conocimientos inefables respecto a esa superioridad de la cultura china que aun en nuestros días continúa maravillando a occidente.
El secreto de la Flor de Oro es el camino, proveniente de la filosofía oriental e ignorado por siglos en Occidente, que dicta la manera de alcanzar un conocimiento profundo respecto a la trascendencia del espíritu. Es la manera de lograr la conjunción de los opuestos de modo armónico, es decir, de lograr un balance entre la conciencia y lo inconsciente, entre la carne y el espíritu, entre el intelecto y el sentimiento, entre el alma y el cuerpo. Es el perfeccionamiento del ser en relación con la realidad que lo circunda y un adiestramiento frente a las ideas de la conciencia y las imágenes del alma.  

Jung se sirve, en su obra, de la alquimia para mostrar cómo es posible el logro de la individuación, meta y fin de su psicoterapia y en general de la vida. Con ello ilustra mediante los símbolos empleados por esta seudociencia la posibilidad de establecer una comunicación profunda entre la conciencia y el inconsciente, la cual puede vislumbrarse a partir de métodos que involucren la imaginación, la fantasía y el arte, todos los cuales excluyen, como puede verse, la racionalización, pues la individuación es un proceso del alma que aunque integra el intelecto no lo hace a la manera de la razón. Es por esto que los mandalas, por ejemplo, su dibujo o pintura, pueden ser una vía para el establecimiento de tal comunicación, porque además son el reflejo y la ilustración del estado del alma, del inconsciente y los contenidos de la conciencia conjugados. Sin embargo, lo esencial del proceso radica más en la introspección y la decodificación de los símbolos y los contenidos que aparecen en el inconsciente, pues la cultura occidental ha priorizado siempre los fenómenos de la conciencia, por lo cual es más fácil acceder a sus contenidos y comprenderlos, en cambio, el inconsciente ha quedado relegado a un estadio olvidado y de ahí que sea preponderante volver la mirada hacia su lenguaje.
Jung propone además un reencuentro con el ámbito religioso del alma para acercarse a esos secretos, advirtiendo que el hombre occidental no debe, sin más, partir de las propuestas orientales sin antes interiorizar aquello que pertenece a su cultura y que explica desde ella lo espiritual, pues estaría en un error, en tanto la manera de concebir del oriental todos estos conceptos abstractos de lo superior, lo divino y el papel que el hombre juega dentro de ello, ha estado ligado a su desarrollo y particular relación con lo místico. De esta manera aconseja que el occidental debe, en primera instancia, reconocer e identificarse con las afirmaciones cristianas, que además en el fondo no se encuentran muy apartadas de los principios filosóficos de la espiritualidad oriental, puesto que en ambas doctrinas el fin último es alcanzar la perfección del ser, la conexión del hombre con lo divino y, como lo dirían los alquimistas, la transmutación de lo físico, para con ello lograr un hombre nuevo en contacto con su poder interior, con el alma y el espíritu. 
La Flor de Oro es un símbolo magno, compuesto por dos símbolos que reflejan un par de opuestos primordial: lo femenino y lo masculino, que a su vez están representados como potencias psíquicas en el anima y el animus. La flor por su parte es símbolo de lo femenino por tanto alude en sí a lo sentimental y lo emocional, ambas características de lo femenino y ella pertenece además a lo terreno, naciendo de la profundidad de la tierra: lo femenino está asociado a lo profundo, lo misterioso y lo indomeñable como la naturaleza y los sentimientos. Lo masculino, representado en el oro,  está en cambio asociado a la luz, la razón, el conocimiento, lo intelectual, lo superior. Los arquetipos del anima y el animus representan todas estas virtudes de lo femenino y lo masculino y ambas se unen en la Flor de oro, que es también vía para el alcance del saber supremo, el reconocimiento de las potencialidades de lo profundo y de lo superior, de la fuerza de los sentimientos guiada por el intelecto. En palabras de Jung:   
“A las figuras de lo inconsciente pertenecen, según nuestro texto, no sólo los dioses, sino también animus y anima. La palabra hun es traducida por Wilhelm como animus y, en efecto, el concepto animus calza excelentemente a hun, cuyo carácter está compuesto por el signo para “nubes” y el signo para “demonio”.En consecuencia, hun significa demonio de nubes, un “alma–hálito” superior, perteneciente al principio Yang y por eso masculina. Después de la muerte hun asciende y pasa a schen, al espíritu o dios “que se extiende y manifiesta. […] El anima, llamada po, escrita con el signo para “blanco” y el signo para “demonio”, por ende “fantasma blanco”, es el alma corporal inferior, ctónica, perteneciente al principio Ying y, por lo tanto, femenina. Después de la muerte se hunde y pasa a gui, demonio, explicado a menudo como “lo que retorna”(scil., a la tierra), el alma en pena, el espectro. El hecho de que tanto el animus como el anima se separen después de la muerte y vayan independientemente por sus caminos demuestra que, para la conciencia china, son factores psíquicos distinguibles, que tienen también un efecto claramente diferente, y a pesar de que originalmente sean uno en la “esencia una, efectiva y verdadera”, son dos en la mansión de lo creativo. El animus está en el Corazón celestial, durante el día mora en los ojos (es decir, en la conciencia), por la noche sube desde el hígado. Es aquello “que hemos recibido del gran vacío, lo que es de una figura con el origen”. El anima es, en cambio, “la fuerza de lo pesado y turbio”, fijada al corazón corporal, carnal. “Deseos carnales y excitaciones coléricas” son sus efectos. “Quien al despertar hállase sombrío y deprimido está encadenado por el anima.”
Tao es el sentido, lo absoluto, es de algún modo lo divino, el saber supremo, la totalidad, la sabiduría; es el origen y el fin, el destino último de todos los seres y la naturaleza. Tao es lo dictaminado desde siempre y para siempre como la meta, el gran logro que debe alcanzar toda alma y por tanto, es en ese camino en el que interviene la Flor de Oro para la trascendencia, en ella se involucran tanto lo terrenal como lo celestial, la Luz y la Oscuridad, por eso en Tao, tanto como en los mandalas se evidencian esas dualidades, pues en ambos, uno como hecho y los otros como imagen, se refleja el culmen del proceso, en el que los opuestos y las polaridades no se excluyen, sino que configuran la totalidad del alma. Y ambos, a su vez, están rodeados de símbolos que sirven para representar aquello por lo cual se les puede comprender y aprehender, pues su complejidad, más para la conciencia, sólo puede lograr en ella algún discernimiento por la vía de la mediación de ideas abstractas pero convenidas, y es esa la función de los símbolos allí. A través de ellos se puede rodear el sentido de lo absoluto, se puede comprender cómo los opuestos dan lugar a la totalidad y la circundan.

“El intelecto es, efectivamente, nocivo para el alma cuando se permite la osadía de querer entrar en posesión de la herencia del espíritu, para lo que no está capacitado bajo ningún aspecto, ya que el espíritu es algo más alto que el intelecto puesto que no sólo abarca a éste sino también a los estados afectivos.
Es una dirección y un principio de vida que aspira a alturas luminosas, sobrehumanas. Le está, empero, opuesto lo femenino, oscuro, terrenal (Yin), con su emocionalidad e instintividad extendiéndose hacia abajo, hacia las profundidades del tiempo y las raíces de la continuidad corporal. Sin duda esos conceptos son puramente intuitivos, pero de ellos no cabe prescindir cuando se intenta concebir la esencia del alma humana.
La China no pudo abstenerse de ellos, pues no se ha alejado tanto, como lo demuestra la historia de su filosofía, de los hechos centrales del alma como para haberlos perdido en la exageración y sobreestimación unilateral de una única función psíquica. Por lo tanto, nunca dejó de reconocer la paradoja y la polaridad de lo viviente.
Por cierto que el mero intelecto no puede comprender de inmediato qué importancia práctica podrían tener para nosotros las ideas orientales, por cuyo motivo sólo sabe clasificarlas como curiosidades filosóficas y etnológicas. La incomprensión va tan lejos que los mismos sinólogos eruditos no entienden la aplicación práctica del I Ging y, por ende, han considerado este libro como una colección de abstrusos ensalmos mágicos.”
La doctrina yoga repudia todos los contenidos fantásticos. Nosotros también, pero el oriental lo hace sobre una base totalmente distinta de la nuestra. Reinan allá concepciones y enseñanzas que expresan de la manera más abundante la fantasía creadora. Allí debe uno defenderse contra el exceso de fantasía. Nosotros, en cambio, consideramos la fantasía como ensoñación mísera y subjetiva.”

Con esto, lo que Jung nos muestra es la postura que atraviesa toda su obra: que la imaginación, que lo simbólico y todo lo que ha sido desdeñado siempre por occidente, en tanto le da prioridad a la razón, es lo que el hombre necesita realmente para trascender y encontrar la individuación. La priorización de lo racional, que trajo consigo el positivismo y la ilustración que caracterizan a occidente, sólo logró velar a su saber esa otra faceta de la totalidad del ser: el alma, la imagen, lo irracional, el lenguaje del inconsciente, que no atenta contra la conciencia, sino que complementa su conocimiento. 

Me parece, ante todo hermoso, cómo Jung y Wilhelm hacen un paralelo entre la visión cristiana y la taoísta del hombre, de lo que debe hacer para entrar en armonía con la esencia que le forma y precede a su nacimiento, desde su concepción.  El secreto de la Flor de Oro, considero, guarda en sí algo que pertenece al inconsciente colectivo, un saber referido a eso divino que todo ser posee en su interior, la capacidad de ver la luz del supremo conocimiento, que nada tiene que ver con el conocimiento de la conciencia, con lo cognitivo, sino más bien con una sabiduría profunda que le pertenece al alma, a eso que hace parte del todo y que compartimos con lo infinito, con lo superior, con lo divino, con lo absoluto. Ese saber está en nosotros desde el principio y es en su fundamento y base lo que todas las religiones comparten también; tiene que ver con la identificación de una esencia que habita en nosotros ajena al cuerpo físico e incluso a los sentimientos, pues al revelarse esa verdad como experiencia, un sentimiento no basta para describirla; la verdad superior no es algo perteneciente al campo de los sentimientos o de la comprensión en tanto intelectualización, es más bien algo del orden de lo fenomenológico-existencial, no es episteme, es sabiduría espiritual, saber del alma.





[1] http://es.wikipedia.org/wiki/El_secreto_de_la_Flor_de_Oro
[2] http://millenio.wordpress.com/2007/09/10/taoismo-el-secreto-de-la-flor-de-oro-2/
Publicado por Sara Ángel Vélez en 8:11 PM 0 comentarios http://img1.blogblog.com/img/icon18_email.gif




* Última imagen: Obra "Mandala,  el secreto de la flor de oro", de: Dora Águila y Elena Pérez Ardiles. Técnica: instalación, pintura. Expuesta en abril de 2006 en la Sala de Artes Providencia del Instituto Chileno Norteamericano de Cultura.