Arte y creatividad en la historia

Hay que comenzar por decir que desde que el hombre existe también existe el arte como un modo de relacionarse con el mundo que le rodea y como una expresión de su tendencia natural a simbolizar aquello que no le es posible aprehender completamente, ya sea como idea o como circunstancia.

De esta manera, inicialmente el arte adquiere un carácter práctico y mágico, puesto que se circunscribe al campo de las labores a que el hombre prehistórico se dedicaba y que, sin embargo, no podía dominar totalmente, adquiriendo así la pintura una connotación ritual que le permitía un mayor desempeño en oficios como la caza. Por ejemplo, al dibujar con anticipación un animal que pretendiese cazar, el hombre creía que se le facilitaría tal empresa, que la figura representada le daba el poder de conseguirlo; pero, además, ese carácter mágico podía expandirse al resto de actividades y facultades de la naturaleza, con lo que el influjo de tal ejercicio pictórico llegaba, para el hombre, incluso al control del orden reproductivo, cuando al reproducir la silueta femenina pretendía incrementar el vigor y la fertilidad y, con ello, lograr el crecimiento de la especie, que a su vez comportaba el triunfo de la misma sobre aquellas otras que pudiesen representar una verdadera amenaza.

Como ya se dijo, en la prehistoria prevaleció ante todo el dibujo de la naturaleza, sin embargo cada periodo tuvo su peculiaridad y ésta da cuenta de la evolución en la manera de comprender y relacionarse con el medio,  de sacar provecho de los recursos y de desarrollar la capacidad representativa. 

En el periodo paleolítico, se presenta un peculiar interés por la figura femenina deificada, que da cuenta del asombro frente a la fecundación. Se observan figuras femeninas con exagerados atributos como senos, caderas y vientres protuberantes.

En el periodo neolítico el arte sufre un cambio paralelo a las necesidades de supervivencia y, de esta manera, al verse obligado el hombre no solo a recolectar los alimentos que le provee la naturaleza sino también a prepararlos, y cuando las comunidades deben olvidar el sedentarismo para tomar una posición más activa dentro de su devenir evolutivo, las condiciones climáticas comienzan a ser una amenaza, porque alteran la productividad en la siembra tanto por las lluvias como por la sequía. Como resultado se produce un trastorno espiritual en el hombre ocasionado por la alternancia entre el mundo real, concreto y el de los fenómenos inexplicables, provocándose en él un sentimiento de escisión que se evidencia en el arte. Este se vuelve utilitario y profano en la decoración de los utensilios de su uso diario; sin embargo, es también religioso y sagrado en la elaboración de dioses y demonios que le permiten tratar de relacionarse con las fuerzas extrañas que le perturban. Con todo esto, el hombre comienza a cuestionarse por la muerte y el mas allá como problemas trascendentales en su vida.
Aparecen las cerámicas ya sea talladas o pintadas de manera estilizada y las formas simétricas y al final de la edad surge la arquitectura, como consecuencia del asentamiento de la especie.

La primera construcción fue el dolmen, probablemente construido con fines religiosos y funerarios; éste era una composición rudimentaria construida por varias rocas ubicadas paralelamente y una última apoyada sobre ellas a manera de techo. Posteriormente aparece el menhir que era un monumento de grandes proporciones, cuya función era albergar a los hombres para rendir culto a los dioses y, por último, el nurago que tenía forma de cono y que se construía con capas de piedras superpuestas que se cerraban paulatinamente de manera proporcional a su elevación.

Pero lo más particular del arte neolítico es que deja de ser una representación naturalista de la realidad para dar nacimiento a la abstracción y con ello a las formas geométricas. No obstante, el verdadero gran avance en materia de arquitectura, pintura, cerámica e incluso escultura se dio en Mesopotamia, con las civilizaciones ubicadas en el continente asiático, al cual se atribuyen los principios de la historia, aunque los homínidos -específicamente el homo-sapiens- comenzaron su evolución en el continente africano.

La primera civilización de que se tiene conocimiento fueron los sumerios, aunque en realidad actualmente se carece de artículos de su propiedad que puedan dar cuenta, como evidencia, de su desarrollo y escasamente se tiene registro de sus mitos. Mesopotamia estuvo dominada por varios pueblos durante siglos y esto dio origen a la instauración de varias culturas, aun así, en lo concerniente al arte, durante largos períodos históricos se conservaron muchas de  las características del arte sumerio y solo lograron modificarse definitivamente a la llegada de Carlo Magno hacia el 330 a.C, quien llevo a Oriente la cultura occidental.

Los acadios, comandados por el rey Sargón, conquistaron también Mesopotamia cuando aún se instalaba allí la civilización sumeria, mas ello no alteró, como ya se dijo, las características de su arte; simplemente incorporaron a su escultura y pintura pequeños detalles. Lo mismo sucedió con los babilonios, quienes tampoco alteraron después de su conquista el arte de las anteriores culturas del territorio, únicamente agregaron a éste algo de “gracia” y “bondad”. Sobresale de esta civilización una lapida donde se encuentran escritas las 2821 leyes que conforman el famoso Código de Hammurabi, el cual recibe este nombre en honor al Señor Hammurabi, aquel que impuso su dominio luego de los acadios, además se encuentra también un notable retrato del mismo esculpido en esteatita verdosa.

Posterior al imperio babilónico, los asirios se instituyen como nueva civilización que conquista Mesopotamia, cuyo arte está principalmente orientado a la glorificación de sus soberanos, imponiéndose en su escultura los temas relacionados con las empresas bélicas del rey y sus actividades preferidas, entre ellas la caza. Luego de esto hay un breve periodo en el que el imperio babilónico vuelve a erigirse con Nabucodonosor pero los persas se imponen como nueva civilización rápidamente. Aunque conservaron las costumbres  y tradiciones asirias, edificaron nuevas ciudades debido  la decadencia de las anteriores que se caracterizaron por la estructura monumental y soberbia que Darío les imprimió. Así mismo dieron preponderancia a la terracota esmaltada y adornaban las paredes con larguísimas series de bajorrelieves con coloridos brillantes.

Los grandes cambios que se dieron durante la supremacía de Mesopotamia terminaron con el imperio fenicio, el cual se basó principalmente en la explotación del comercio gracias a su continuo y activo contacto con otros pueblos y culturas, por lo que su arte es eminentemente híbrido, a pesar de estar dedicado a enaltecer a su dios Baal.

Los mayas son sin duda una de las culturas más significativas por sus conocimientos astrológicos y aritméticos y por la complejidad de su religión, que incluía las normas bajo las cuales se regulaba todo comportamiento y que por tanto dio lugar al campo de lo jurídico. Con esto se da entonces el salto de la prehistoria a la historia gracias a la invención de la escritura como forma alternativa para la comunicación entre los seres humanos, alternativa puesto que la comunicación verbal no ha dejado de ser el modo por excelencia de establecerla. Esta civilización comprende dos fases, la primera de ellas llamada “Viejo imperio” coincide con el nacimiento de Cristo, la segunda denominada “Nuevo imperio” se ubica hacia el año 900 d. C. y es en la que se origina el verdadero arte maya.

Antes de la conquista del territorio americano, cuando muchas regiones de Europa aun avanzaban modestamente, los aztecas se encontraban en pleno florecimiento; su escritura pictográfica se destacaba al igual que su desarrollo artístico y  su arquitectura. Contaban además con un calendario, como los mayas, compuesto por 18 meses, cada uno de 20 días y 5 días nefastos; su imperio fue tal que alcanzó los 200.000 habitantes. Tanto en los monumentos como en  las demás manifestaciones artísticas, los aztecas tenían como motivo principal el culto a los dioses, que estaban representados por animales como el águila, el murciélago, el jaguar y la serpiente.

Así mismo, los chibchas alcanzaron un gran desarrollo artístico, promovido tal vez por el grado de civilización que algunas tribus lograron en los niveles social, político y económico. Dentro de sus capacidades se cuenta la orfebrería, la cerámica depurada, los tejidos pintados con sellos de piedra, las vasijas funerarias y utilitarias, pectorales y prendedores, aunque su arquitectura no fuese muy consistente.

La civilización cretomicénica debe también considerarse una de las más influyentes en el desarrollo histórico del arte, puesto que se ubicaba en un punto crucial para propiciar el encuentro entre lo que más tarde sería Grecia y las civilizaciones de Egipto y Asia Anterior. Las famosas hazañas de grandes héroes como Jasón y Aquiles son leyendas transmitidas oralmente que luego encontrarían su narración en los poemas homéricos. Creta recoge la herencia de la cultura de las islas Cícladas, cuyo pueblo bastante bien establecido dejó una rica muestra de esculturas en las que los ídolos femeninos prevalecían, trabajadas estilizadamente sobre mármol y piedra; de la misma manera su arquitectura es notable, destacándose los palacios con columnas enormes, por primera vez utilizadas. Con esto, la cultura cretense encuentra las bases para  impregnar su arte de sugestividad,  la vivacidad de sus pinturas alcanza a incluir actividades tan complejas como los juegos atléticos, banquetes, bailes y escenas de tauromaquia con múltiples colores.

Sin embargo, no sucede lo mismo con Micenas, pues su arte es completamente independiente del de Creta y por lo tanto del de las Cíclidas, modificando aquello de la pintura del cretense al darle un significado más narrativo que ornamental y dando origen a un arte híbrido sumamente resonante en la posteridad.

No cabe duda de que una de las civilizaciones más importantes de la antigüedad es Egipto, y eso incluye que sus manifestaciones artísticas, desde la arquitectura y la escultura hasta la pintura, la cerámica y la orfebrería, sean admirables representaciones del vigor y la opulencia humanos. Sus monumentos y demás expresiones se basan primordialmente en el culto a los muertos y gracias a ello se construyen imponentes templos fúnebres, no sólo a escala visible como sucede con las pirámides, sino también ocultas a toda vista con largos túneles subterráneos que conducían a grandes cámaras funerarias.

Hasta aquí puede llamársele antiguo a este período del arte, en adelante será el arte clásico, comenzando con los griegos, aquel en que se introduce una nueva relación del hombre con lo que le rodea, representando  los materiales, las dimensiones y los colores la evolución de un momento histórico exquisitamente culto.

Aunque en Grecia existe, como en las épocas más primitivas, una conexión entre el arte y la religión, probablemente gracias a la división en tres períodos diferentes[1], se alcanzó la diversificación de estilos paralelos que dio lugar al elitismo entre corrientes de pensamiento según los cortes refinado e intelectual. Los materiales con los que se innovó en la escultura fueron el marfil, el hueso y el bronce. Su arquitectura llegó hasta la edificación de templos de madera y adobe. El esplendor de esta civilización se encuentra reflejado en los templos de Apolo en Corinto, perteneciente al pueblo jónico y el de Atenea de Parthenos, por lo que se le llamó también Partenón, correspondiente a la expresión dórica y logrado en la era de Pericles.

La civilización romana hace también parte de la época clásica del arte y su contribución al mismo fue dirigir el estilo a la expresión inmediata de la realidad, influido por la tradición etrusco-itálica, la cual representa la primera gran civilización antes de la romana. El lugar preponderante lo ocupa en este período la arquitectura civil, lo que de igual manera introduce un cambio significativo en relación con la mirada antigua dirigida a los templos y espacios fúnebres. Así mismo, se destaca en la pintura la imposición del retrato realista y fidedigno, con lo que se exige un mayor dominio de los materiales y mejor manejo del espacio y las dimensiones que agudiza la habilidad motriz y que apela al concepto de la estética. Prácticamente bajo el imperio romano se determina lo que perdurará como esquema durante mucho tiempo, hasta llegar a la Edad Media. La técnica pictórica que se empleaba era denominada “somera” debido a que empleaba pinceladas rápidas, utilizando vivas manchas de colores.

Ahora bien, con el arte paleocristiano se erigen las primeras basílicas, luego de superarse el obstáculo de la prohibición a los cristianos del libre ejercicio de su culto, dejando de lado las casi incalculables extensiones de catacumbas subterráneas. Se destacan en la escultura los relieves y la pintura es desplazada por los mosaicos. El desplazamiento de la capital del imperio hacia Bizancio, ocasiona una fusión sorprendente de los mundos occidental y oriental, y con Constantino se convierte en una ciudad que es centro artístico, estableciéndose una época precisa, cuyo nombre fue “Arte bizantino”.

Hacia el inicio de la Edad Media, aparece el arte gótico como movimiento fundamentado en representar la realidad circundante y en situar a Dios en su ascensión a través de la naturaleza, dejando de ser glorificado simplemente por ser él mismo. Su arquitectura se basa en la pesadez y esbeltez de las estructuras,  las paredes no son ya elementos de sostén sino que además se abren en amplios ventanales, que reducen el espacio para la pintura y los mosaicos. Su escultura, al igual que la románica, se basa en la arquitectura religiosa, sólo que sustituyendo lo simbólico e irrealista por imágenes más serenas. Con la incursión de los ventanales como soporte de la estética arquitectónica, los vitrales se convierten en la nueva forma de ornamentar los espacios, predominando los colores rojo y azul. El gótico tardío se caracteriza por la construcción de edificios gigantescos como castillos y mansiones, aunque la pintura adquiere un mayor desarrollo muy próximo al renacentismo, en donde se perfecciona la técnica del óleo y se amplían los estudios sobre la luz. Como principal representante del gótico se encuentra Alemania, con artistas como Weyden y Bosch que se adelantan  al surrealismo con propuestas tales como una más profunda incursión en los sentimientos humanos y una visión fantástica del mundo.

Pero en Italia se despliega una de las épocas más importantes en la Edad Media: el renacimiento. En ella se proclama  al hombre como centro del universo y lo que se busca es regresar a la antigüedad, no para copiarla sino para renovar los valores de la época clásica. El humanismo derrota al antecesor pensamiento oscurantista y es posible ya ver ciertos vestigios de los principios de la lógica cuando se destaca la influencia del naturalismo y la filosofía que ve en el arte, a diferencia de la antigua concepción de la emanación divina, la posibilidad del hombre de dar medida a todas las cosas. La arquitectura mantiene su concentración en los palacios de príncipes y reyes, mientras la pintura y la escultura hallan lo que fue quizá su más grande manifestación a través de los artistas Leonardo da Vinci,  quien crea la técnica del esfumado, Rafael, que intenta revivir el sueño de la humanidad de volver al siglo de oro de Grecia y Miguel Ángel, quien concretó el ambicioso proyecto de los frescos de la Capilla Sixtina. Se llega a una configuración de la imagen con mejor sentido de realidad espacial y es básicamente la cuna del arte, tal y como hoy lo conocemos, en su sentido más estricto. En adelante sólo se darán algunas modificaciones, siempre según las necesidades de la cultura en el momento histórico de que se trate. 


Así, por ejemplo, durante el siglo XVII se dan diversas manifestaciones que coinciden en mucho con las crisis por las que atraviesa la humanidad en busca de una organización social más sólida y concertada. Tanto en el ámbito religioso como en el económico y el político aparecen diferentes revoluciones, dando lugar a múltiples filosofías incluso opuestas. Por un lado el Manierismo promueve una visión de la realidad y su correspondiente representación desde una perspectiva exagerada de la imaginación, combinada con un matiz refinado y aristocrático; por el otro, con el Barroco, hay una inclinación a exagerar la forma y resaltar color y movimiento con el fin de despertar la adulación de los sentidos, valiéndose de un realismo objetivo. Con la llegada de los conquistadores europeos a América, que coincide con estos últimos períodos descritos, se impone a los nativos tanto la religión como el arte y así se edifican los conventos, capillas e iglesias con estilos desde el Gótico hasta el Barroco.

Igualmente significativos son los cambios que se presentan a lo largo del siglo XVIII, cuando la burguesía vence a la aristocracia y el Rococó impone su gusto sobre el cortesano, dejando lugar a la galantería, la ironía, la elegancia y la claridad, convirtiéndose en un arte dominado por el enciclopedismo de Voltaire y el humanismo de Rousseau. Surge además el Neoclasicismo a finales del siglo, donde se agudiza la lucha económica, basándose en una ruptura total con el Rococó, en un intento por acabar con las tajantes diferencias de clases. Incursionan entonces en el arte, no sólo antiguos gustos, ahora renovados, sino además personalidades que anteriormente no habían tenido cabida. La dificultad que se presenta durante este período se da en el ámbito de la pintura, pues es preciso recurrir a la imitación de las esculturas griegas y romanas para revivirla, pues mientras en éstas últimas encontraban ejemplos, en aquella no. 

El advenimiento del siglo XIX provocó grandes cambios al interior del orden que se venía presentando, siendo el origen de esta alteración la Revolución Industrial, luego de la cual hubo un enorme desarrollo de la humanidad, contrario a lo que se pensaría, incitando a reformas que eran necesarias hacía ya cierto tiempo. Una de las principales corrientes de este siglo es el Romanticismo, que aboga por la exaltación de la vida, lo emocional y lo sentido, a partir de la libertad y la democracia y busca desplazar al clasicismo y la Academia, todo debido al individualismo extremo propio de la época, que  además influyó profundamente en la pintura y devolvió a la muerte su papel como tema central. Se destacan entre los pintores más reconocidos William Turner y Francisco de Goya y Lucientes. En la arquitectura se origina el Neogótico, que persigue la exaltación de la esencia espiritual.

Pero obviamente posterior a esta posición debía luego, como en todos los casos, llegar una nueva que fuese capaz de confrontarla, y tal fue la función del Naturalismo frente al Romanticismo. Su poder se vio alimentado por la Ilustración y así, tanto la pintura como la literatura, se vieron influidas por los postulados del racionalismo, poniendo de manifiesto la intelectualidad frente a la naturaleza. En la arquitectura el interés se desplaza  a la construcción de obras privadas y al mismo fin se dirige la escultura. Con el Realismo se da nuevamente un viraje a las líneas rectas y las formas simples, que se habían perdido con la importancia que se daba a la ornamentación. La escultura se libera de la frialdad académica, disponiendo de movimientos que sugieren vivacidad. Este movimiento se inició en los tiempos de Leonardo, pero en ese momento y aun en adelante pasa a ser una de las tendencias definitivas con que el artista puede identificarse como posibilidad de expresión. De nuevas técnicas se vale el Impresionismo para lograr, de manera similar al Naturalismo y al Realismo, la impresión de la realidad. Con el manejo de la luz, los impresionistas tratan de representar el instante capturado con colores puros y pequeñas pinceladas en el campo de la pintura. Para la escultura hay una importante transformación del sentido, dejando de ser repetitiva y hallando un nuevo impulso. Como los principales representantes de esta escuela se encuentran Paul Cézanne, Claude Monet, Auguste Renoir y Edgar Degás, entre otros. 


 

El Posimpresionismo se sirve de las mismas técnicas que su precedente, pero planteando solución a algunos problemas que aparecen con el desarrollo tecnológico, como la fotografía, y da lugar a dos corrientes diferentes que inauguran el nuevo siglo; una va por la vía de la razón, la otra por la de la emoción y los sentidos, la primera adoptada por Cézanne, la segunda por Van Gogh.

Fueron muchas las escuelas que se consolidaron a finales del siglo XIX, todas ellas intentando ser más puntuales en aquello a que se debía atender, surgiendo por ejemplo, entre los ingleses el Simbolismo, que se centraba en plasmar la realidad tras un proceso de síntesis y empleando las imágenes oníricas y el misticismo como fuente de inspiración. Pero también la tendencia del Intimismo, representada por Pierre Bonard, Edouard Vuillard y Maurice Denis, influye decisivamente en lo que será el Arte Moderno, buscando una representación más imaginativa y espiritual que las propuestas de principios de siglo.

Con la llegada del nuevo siglo, se incorporan a cada faceta de lo humano las dificultades sociales, económicas, culturales y políticas que trae consigo la guerra y evidentemente el arte no está exento de ello. Todo esto confluye en un ambiente propicio para que se reestructuren los principios morales sobre todo, pero en general, todo el panorama mundial. La arquitectura vuelve como privilegiada dentro de las artes, luego de siglos de haber sido confinada al terreno de la religión y las clases elevadas. La escultura, por su parte, encuentra dos caminos opuestos: uno es aquel que se sustenta en la figuración y en el que se emplean los materiales tradicionales; el otro aquel donde los desechos se convierten en el material predilecto para construir objetos que decoren la naturaleza. Este último, eminentemente constructivista, es movido por una actitud crítica.

Pero es la pintura aquella de las artes que más se acerca a la revelación del conflicto social, aunque conservando todavía el individualismo heredado del siglo anterior. Esto ocasionó la aparición de innumerables actitudes frente a la realidad que pretendían convertirse en escuelas, propagándose así corrientes tan dispares como prospectivas; entre ellas habría que mencionar al Futurismo, el Expresionismo, el Dadaismo, el Surrealismo, el Abstraccionismo y el Cubismo como las más representativas.

A causa de la Segunda Guerra Mundial, muchos artistas europeos se vieron obligados a emigrar a otros países,  sobre todo a Norteamérica, en donde se desarrolló la escuela de Nueva York, con representantes como Léger, Dalí, Ernest, Duchamp, Masson, Breton y Chagall y con esto la capital del arte se traslada desde París hasta allí.

Dentro de la cultura popular contemporánea, las valoraciones y juicios en cuanto a la estética, que se caracterizan por la innovación y la controversia, se hacen presentes también como pautas de comportamiento y en ocasiones se convierten incluso en estilos a seguir erigidos como modelos de personalidad ante todo en determinados grupos sociales como en el ámbito del entretenimiento: la música, la televisión, el cine y la moda. Influidos por estas nuevas corrientes, cada vez más revolucionarias frente a lo establecido por sus antecesores, los artistas de la actualidad mezclan diferentes tendencias que antes podían resultar irreconciliables, dando con ello lugar a otras nuevas. Tales son las particularidades de nuestra época que llevan consigo consecuencias incalculables, entre ellas, la expansión del arte bajo diferentes puntos de vista, así como también la proliferación de tribus urbanas y de grupos juveniles que tienen por principio la rebeldía frente a lo tradicional y aún más la descarga de sus emociones sin importar que incluya actitudes agresivas o que manejen una estética que atenta contra los principios morales. El mismo fenómeno se observa en el campo del arte cuando la incursión del Pop-art inaugura un nuevo movimiento en el que todo es posible, desde materiales hasta superficies, formas, tamaños e imágenes; la única condición es dar al público algo que limite con lo extravagante y que por añadidura de cuenta de nuevas formas de ver la realidad, pasando por lo psicodélico y lo desmesurado. Dicho movimiento se interesa por la sociedad de consumo, abarcando múltiples técnicas y espacios para su manifestación.

Realmente la intención de hacer este recorrido por los diferentes períodos del arte en la historia no es darle relevancia a un movimiento sobre otros, sino mostrar que lo importante, al fin de cuentas, es que todo ese desarrollo denota la necesidad que tenemos de buscar nuevas posibilidades de expresión y de escuchar el llamado de la creatividad, puesto que el arte, al dirigirse a la representación de las experiencias, corresponde al terreno de la comunicación y por tanto al orden de la naturaleza humana.

Con el fin de hacer mención ligeramente respecto a lo que tiene para aportar la psicología analítica a este asunto del arte, tenemos las palabras de Aniela Jaffé:

“La finalidad del artista moderno es dar expresión a su visión interior del hombre, al fondo espiritual de la vida y del mundo. La moderna obra de arte ha abandonado no solo el reino del mundo concreto natural, <sensorial>, sino también el del mundo individual. Se ha hecho eminentemente colectiva y, por tanto (aun en la abreviación del jeroglífico pictórico), conmueve no sólo a pocos, sino a muchos. Lo que permanece individual es la manera de representación, el estilo y calidad de la moderna obra de arte”. [2]

Con la modernidad entonces, comienza una época de curiosidad por aquello que habita en las profundidades del inconsciente y es así como se da lugar a nuevas formas de representación que van de la mano de relaciones diferentes a las antes establecidas con el símbolo, aunque tuviese que ser tropezando con grandes obstáculos para desentrañar importantes misterios; como  afirma Jaffé:

“Los precursores del arte moderno comprendieron aparentemente cuánto estaban pidiendo al público. Jamás habían publicado los artistas tantos manifiestos y explicaciones de sus propósitos como en el siglo XIX. Sin embargo, no va sólo dirigido a los demás su esfuerzo por explicar y justificar lo que hacen; también va dirigido a ellos mismos. En su mayor parte, esos manifiestos son confesiones de fe artística; intentos, poéticos y muchas veces contradictorios, de aclarar la extraña producción de la actividad artística de hoy día.” [3]





[1] Tal diferenciación tuvo su lugar y obtuvo su nombre de acuerdo con las ramas en que se dividió el poder en el pueblo heleno, correspondiendo cada una a los hijos del primer Jefe griego Heleno, estos son pues: los jonios, los dorios y los eolios.
[2] JUNG, Carl Gustav y Otros. El hombre y sus símbolos. Luis de Caralt Editor, Barcelona. 1997.  pág. 253
[3] Id, pág. 253.

La sinrazón y lo ominoso en "El hombre de Arena"

Quiero, antes de comenzar a exponer mis ideas en torno a este cuento, teniendo por apoyo el acercamiento que Freud realizó al mismo en su artículo sobre lo ominoso, divagar en torno a una posible representación  intencional del autor que alude al origen de la razón; de la necesidad de saber, oculta tras un escenario de cientificismo un tanto pintoresco, que incluye un drama y que, al mismo tiempo, implica una tragedia. En este punto es necesario aclarar que la tragedia para los griegos implica una travesía hacia el encuentro de dos potencias igualmente válidas que no logran una síntesis.
Partiendo de esto declaremos que lo que sucede en este cuento es algo trágico en tanto se unen la razón, la ciencia, la tendencia a la formulación de argumentos lógicos o por lo menos de explicaciones objetivas respecto a la realidad (recordemos que Nataniel es estudiante de física), con lo inexplicable de las sensaciones e ideas subjetivas que pueden atormentar tanto a una persona mediante alucinaciones hasta llevarla al suicidio. Es decir que lo que se evidencia es la continua discrepancia entre los contenidos de la conciencia y los del inconsciente
Se dirá, para empezar, que las alucinaciones y los delirios que envolvieron el mundo de Nataniel durante sus días de crisis corresponden a un estado de comprensión de su inconsciente y de las figuras que en este se hospedan. Así, aunque parezca extraño puede admitirse por un momento que existe cierta consonancia entre el campo de la razón y el de la sinrazón: por lo menos cuando uno de ellos se encuentra en desequilibrio el otro puede llegar al rescate anunciando una disociación o tratando de compensar aquello de lo cual el otro carece, todo esto a partir del sueño o del síntoma. Pero, volviendo al sentido de lo trágico, se debe pues entender que ambos, la razón y la sinrazón, poseen tal carácter de preponderancia para la conformación del alma en su totalidad que por ello es que se origina una problemática basada en la tensión entre las dos fuerzas, cuya resolución sólo se consigue mediante la unificación. Si existe entonces una fuerza que logra subyugar a la otra a su reino sólo puede esperarse que se presente un desenlace negativo.
Lo que sucede con Nataniel es que es posible que, como en la mayoría de los casos, el conocimiento y la razón le hayan servido como medio para procurarse tranquilidad frente a esas ideas ilógicas que le causaron de niño tanto sufrimiento. Pero es indispensable decir que tales ideas son más que generales, propias de la naturaleza humana, ante todo en la edad infantil y, por ser esta además una época crucial para el desarrollo posterior de la personalidad del adulto, definirá muchos de los comportamientos y actitudes futuros y, más que nada, las creencias y deseos tanto conscientes como inconscientes que los motivan y los fundan. Freud lo menciona en su texto sobre lo ominoso como sigue:
“El análisis de los casos de lo ominoso nos ha reconducido a la antigua concepción del mundo del animismo, que se caracterizaba por llenar el universo con espíritus humanos, por la sobreestimación narcisista de los propios procesos anímicos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada en ella, la atribución de virtudes ensalmadoras –dentro de una gradación cuidadosamente establecida- a personas ajenas y cosas (mana), así como por todas las creaciones con que el narcisismo irrestricto de aquel periodo evolutivo se ponía en guardia frente al inequívoco veto de la realidad. Parece que en nuestro desarrollo individual todos atravesáramos una fase correspondiente a ese animismo de los primitivos y que en ninguno de nosotros hubiera pasado sin dejar como secuela unos restos y huellas capaces de exteriorizarse; y es como si todo cuanto hoy nos parece «ominoso» cumpliera la condición de tocar estos restos de actividad animista e incitar su exteriorización.”[1]
Paradójicamente cuando se recuerda aquel tiempo infantil en la adultez, muchos de los acontecimientos recordados adquieren un matiz no solamente horroroso sino a la vez mágico y alegre; probablemente eso se deba justamente a la esencia de todas esas creencias “irracionales” que imperan en dicha etapa y que engloban las experiencias que en ella se presentan. Por lo tanto no puede hablarse de manera peyorativa frente a esos mitos infantiles puesto que estos constituyen el centro de la vida psíquica. Estas mismas características de ambigüedad en un objeto o acontecimiento se conservan hasta la adultez únicamente gracias a la actividad del inconsciente.
Ahora bien, es necesario preguntarse: hasta aquí ¿en qué se relaciona todo lo dicho con el cuento que tratamos? Pues bien, será preciso referirnos punto por punto a los elementos que en el cuento aparecen como alusiones a la razón y a la sinrazón, pero será imprescindible una posición abierta y flexible frente a las comparaciones que se harán y si se quiere incluso permisiva.
En primer lugar, hay un hecho importante en el relato que nos lleva, no a una alusión, sino a una presentación explicita de la idea de ciencia con la que inicial e indirectamente se relaciona el protagonista: tal es la alquimia, en la cual trabajaba su padre al anochecer y secretamente en compañía del abogado Coppelius cuando él es aún un niño. Este detalle de la historia lo considero enormemente valioso para comprender el sentido del texto, puesto que delimita el campo en el que hemos de adentrarnos en adelante; es preciso pues ubicarnos en un espacio en el que lo misterioso y lo desconocido ocupa un lugar privilegiado.
Más adelante, cuando ya Nataniel es un hombre capaz de defenderse por sí solo y de buscar por su cuenta los conocimientos para enfrentarse a la vida, estudiando química con un notable maestro, se encuentra con algo completamente curioso que es, en suma, el núcleo del relato. Me refiero a Olimpia, esa muñeca de madera que sin embargo imita en su apariencia superficial a una verdadera mujer, pero que se distingue notoriamente de un ser humano por su conducta atenuada, pasiva y su temperamento inamovible e impenetrable; esta muñeca funciona gracias a un mecanismo similar al de un reloj que sólo consigue controlar el movimiento de sus articulaciones pero de un modo muy limitado, lo cual hace evidente su automatismo. Nos encontramos de nuevo con un asunto muy peculiar en el relato y que también roza con lo horroroso, en el lenguaje técnico se le denominaría a este tipo de creación “androide” o “humaniode”, es decir, un robot que simula al ser humano.
Ahora bien, en su infancia lo que le despierta el deseo en Nataniel es mantenerse en vigilia, lo cual se ve impedido por la amenaza de la aparición del hombre de arena. En la adultez esa permanente vigilia está representada por Olimpia, quien obviamente por su condición no requiere del reposo o del sueño y es por eso que se prenda de ella como su deseo, ella es una simbolización de la realización continua de su deseo, pero esto se ve obstaculizado de nuevo por la alegoría que su conciencia recrea del hombre de arena (luego asociado a Coppelius) ahora encarnada en Giuseppe Coppola, el vendedor de anteojos. Esa permanente vigilia podría equipararse a la continua avidez de conocimiento; anteriormente fue el padre quien manejaba un saber que dominaba sobre el suyo, tanto por la experiencia irrefutable de los años como por la dedicación a sus artes misteriosas, ahora el profesor representa ese saber que tiene también dominio sobre el suyo, pero más aún, aquel misterioso vendedor, que también tiene relación con la ciencia de su padre en tanto crea algo asombroso (el androide) y tiene, más que los dos anteriores, el poder de destruirlo, de aniquilar el más profundo deseo que yace en su interior. Puede cegar sus ojos, dejarlo sin la capacidad de estar en vigilia, observando y aprehendiendo el entorno, dominándolo para siempre, al tiempo que le arrebata lo fantasioso y soñador que opera en su inconsciente como única realidad.
Lo masculino y lo femenino hacen su aparición en el relato encarnados por varios personajes: la figura de lo masculino está representada por los tres hombres que poseen el poder y el conocimiento por encima de Nataniel, la figura de lo femenino está representada principalmente por Olimpia, aunque también por Clara. Aquellos activos e influyentes, estas pasivas y tolerantes, los primeros aplacadores, las segundas, estimulantes. Así entonces se conjugan en el personaje estos dos aspectos del alma humana: lo consciente y lo inconsciente, que se manifiestan a través de la razón y la sinrazón, de la ciencia y la ficción; lo simbólico y lo imaginario hacen su aparición mediante una relación directa con la realidad.
La necesidad imperiosa de Nataniel de conservar algo de lo fantástico, de lo mítico que no admite ser menguado u obscurecido por la lógica, adquieren de nuevo su poder a partir de una relación directa con su propia esencia, antes desconocida; esta relación es posible gracias a  Olimpia.
Olimpia representa para él la seguridad en sí mismo en tanto no refuta nada de lo que él dice, no tiene entonces porque temerle a la pérdida ni al rechazo. Pero más allá de esa simple seguridad que le trasmite, ella es su otro yo, puesto que él nada tendrá que cambiar ante sus ojos porque no hay exigencia de su parte; es como un espejo porque nada en esa relación le viene de afuera, no hay intercambio sino que él esta ante su propia imagen.
 Este es pues, en segundo lugar, un valioso contenido del relato, ya que es el punto donde se despliega, ya no la importancia de la razón y del conocimiento objetivo para el desarrollo potencial del ser, sino todo lo contrario, el requerimiento de un saber más abstracto perteneciente al orden del inconsciente, aquel que le permite hacer frente a lo traumático de su pasado a partir de una nueva significación de las imágenes del inconsciente que lo conforman. Cuando Nataniel comprende el poder que posee ese misterioso hombre de los prismáticos y los lentes sobre su estabilidad psíquica, y cuando comprende lo que significa Olimpia para el reconocimiento de su verdad psíquica, es cuando detona lo reprimido.



[1] Sigmund Freud. Lo ominoso, pág. 240.

Entre Heidegger y Wittgestein


El presente escrito es simplemente un esbozo de un pretendido análisis del texto “Heidegger y Wittgestein. El ser, la angustia, el habla y el silencio” de Martha Massa. En él, no se intenta esclarecer totalmente el modo en que cada uno de estos pensadores define y da concresión a complejos conceptos y elaboraciones, sino primordialmente mencionar cuáles son los asuntos más relevantes en la discusión propuesta por Massa entre uno y otro. 
 
Hay varios tópicos o temas que se plantean aquí y que necesariamente requerirían de un más profundo abordaje para ser por completo desarrollados y comprender así tanto la postura de la autora, quien aparentemente pretende establecer una clara distinción, a pesar de las relaciones que se según ella se evidencian entre ambos autores, como la concepción de los mismos frente a dichos temas.
Por un lado está el asunto del lenguaje, que para Heidegger permite concebir aquello que es esencia, aunque no logre dar cuenta completamente de la naturaleza que configura, estratifica y estructura al ser; porque lo ontológico sólo es susceptible de ser percibido mediante un acercamiento desde el espíritu, no de la razón.
Para Wittgestein, el lenguaje no es tan limitante, a pesar de estar sometido a las reglas de la lógica, en tanto por él se permite al ser humano ingresar en el campo de las ideas, yendo más allá de lo descriptivo, inaugurando a partir de los conceptos un espacio para la contemplación de la realidad, aun cuando todo enunciado en sí carezca de un sentido absoluto, puesto que no es posible escapar a la falta de sentido; el verdadero límite del lenguaje reside justamente en tratar de superar esa carencia implícita a la pregunta ontológica, pues el lenguaje no es más que un recurso.  En este sentido es que habla de la angustia como la única vía posible para el hombre de establecer esa línea divisoria entre lo espiritual y lo racional, tramitando a través de ese sentimiento la certeza de su imposibilidad de comprender mediante el intelecto ciertas verdades. 
De esta manera se llega en el texto a otro de los temas críticos en que ambos filósofos disertan respecto al problema ontológico primordial: la pregunta por el ser. En el texto se plantea tal vez de modo más tácito que en torno al lenguaje, la convergencia de ambos pensadores respecto a éste: en suma, algo anterior a la posibilidad del lenguaje, algo que en Wittgestein podría equipararse a su percepción de la ética como elemento intrínseco al mundo, es previo a toda comprensión epistemológica, y ese algo, aunque bajo denominaciones distintas en cada uno, es el pre-sentimiento del ser.
El planteamiento quizá más fuerte del texto, es el referido a la intencionalidad que subyace en ambos respecto a la orientación que deben tomar ciertas cuestiones en la filosofía. Mientras para Heidegger la filosofía debe preguntarse de otra manera por temas como la lógica o el ser, deconstruir lo elaborado hasta el momento para construir algo totalmente nuevo, para Wittgestein es parte del sinsentido interrogarse por ellos, pues hay problemas fundamentales cuya solución es, paradójicamente, que no hay respuesta.  

Verdad nietzscheana


De: “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”.

El planteamiento con el cual Nietzsche inaugura el texto, intenta dar respuesta a la pregunta por la trascendencia del intelecto cuando éste se sustrae de la naturaleza humana y es conmensurado desde el plano universal. La afirmación inicial es que el intelecto o el conocimiento están supeditados a la existencia humana, y más allá de ello no tienen un sentido mayor que el de la capacidad de supervivencia que la naturaleza misma ha otorgado a otras especies; es decir, la facultad cognitiva en la especie humana cumple exactamente la misma función que la fuerza, la velocidad, los cuernos o los colmillos de los cuales están dotadas otras especies, cuyo fin no es otro que la adaptación a ambientes hostiles o la supervivencia en su sentido más elemental. Y no obstante, dicha capacidad está en una categoría inferior a las equiparadas anteriormente, pues “es –nos dice él- el medio, merced al cual sobreviven los individuos débiles y poco robustos […] 
Con lo anterior, Nietzsche sitúa la búsqueda sincera de la verdad, por parte del hombre, en el lugar de lo inconcebible, si se tiene en cuenta que no sólo difícilmente le puede ser ésta accesible debido a la obnubilación que producen en él las sensaciones (entendidas como respuestas primarias a los estímulos externos), sino además por la manera en que se concibe a sí mismo, henchido de arrogancia y orgullo.
Es pues el lenguaje el que, gracias al impulso gregario del ser humano, permite legitimar algo como verdad, mediante la instauración de normas y consensos que sólo a la luz de la cultura admiten entenderla como tal, porque probablemente sin esa autorización que los acuerdos sociales le otorgan, carecería muchas veces de sensatez. De este modo, dictaminar algo como verdad sólo puede concebirse bajo el lente de la convención social.
Sin embargo, la relación con la verdad va más allá de lo moral, y es esta la tesis principal de Nietzsche en el texto, en virtud de que los individuos sólo propenden por ella cuando les es conveniente o cuando representa para ellos una ganancia y, por tanto, la mentira o la calumnia les son indiferentes si no les significan perjuicio alguno. Con esto, la necesidad de la verdad no es inherente al ser humano, es relativa, e incluso puede llegar a ser irrelevante cuando no conlleva el provecho egoísta o la satisfacción de un deseo puramente individual.  
Por otro lado, las categorizaciones a que lleva necesariamente el lenguaje no tienen una relación directamente proporcional a la verdad de los hechos o la naturaleza real de los fenómenos, puesto que los términos resultan ambiguos y equívocos cuando intentan captar la esencia de las cosas. La palabra con que algo se define sólo circunscribe un aspecto fáctico y al mismo tiempo una impresión meramente subjetiva del objeto percibido y es así como se pierde la legitimidad de las designaciones que atribuimos a lo que nos rodea, en relación con la verdad de ello. Ya lo decía Saussure al hacer referencia a la arbitrariedad del signo.
El erigir una idea o un conjunto de ellas como verdad, es sólo el resultado de la acomodación de estas al marco conceptual que el ser humano ha creado para entenderlas y denominarlas y por lo tanto se reconocerán obligatoriamente como verdaderas puesto que las palabras son ya vinculantes porque han sido previamente diseñadas para describir las imágenes mentales con que él mismo inicialmente aprehendió las cosas.  
Con lo anterior, como nos lo dice Nietzsche, “El que busca tales verdades –el encontrar la certeza  en el descubrimiento de la esencia de las cosas (de “la cosa en sí”) empleando estándares bajo los cuales clasificamos (y con ello diseccionamos, fragmentamos, mutilamos) las cosas, como sucede con el lenguaje o el antropomorfismo, con la metáfora y la racionalización- en el fondo solamente busca la metamorfosis del mundo en los hombres”. 
Por lo tanto, la medida, la valoración estética y el grado de veracidad de las cosas, residen en nuestra propensión a calcularlas y delimitarlas al campo de la lógica matemática, ajustando la realidad a los parámetros del espacio-tiempo. 
Finalmente entonces, la propuesta que nos presenta el autor en el texto es reivindicar el lugar de las intuiciones y de las imágenes con que fundamentalmente el ser humano establece su relación con lo existente; él promueve la emancipación del pensamiento estableciendo como vía posible para ello la experiencia estética que el arte puede brindar, en tanto permite la exacerbación del pensamiento simbólico que, en lugar de disociar, implica la convergencia de imágenes e ideas, posibilitando a los conceptos (puesto que no se trata de prescindir de ellos) ser plurisignificativos, cuando están mediados por la abstracción. Con todo, en última instancia queda claro con Nietzsche que el ser humano, sólo por fuera de la sistematización del lenguaje, puede acceder a la naturaleza de la verdad de las cosas y que los conceptos y las convenciones no nos sirven más que para organizar el mundo y evadir la frustración que puede originar el reconocimiento de nuestra ignorancia respecto a la verdad.