Temas de reflexión


EL SER HUMANO: ORIGEN Y RESULTADO DE LA CULTURA





No importa cuántas explicaciones posibles existan para elucidar los fundamentos del ser humano, o argumentar que es la única especie pensante y capaz de autoreflexión en la Tierra; ninguna podrá dar cuenta completamente de ese momento preciso en que se dio el paso determinante que condujo de la exploración y adaptación al medio, a un complejo sistema cognitivo, tal como comprendemos la complejidad de nuestra cognición, en tanto característica humana.

Algunas teorías han ubicado este hecho de la génesis del ser humano en un momento decisivo que, gracias a la motivación de un ser superior y divino, bajo cuya gracia hemos sido creados, dio origen al universo y, junto a él, a todos los seres vivientes. Otros afirman que descendemos directamente de una especie que, debido a circunstancias bastante desfavorables en su lugar de procedencia, se desplazó a nuestro planeta en busca de condiciones más adecuadas para su supervivencia y desarrollo. Sin embargo, hasta ahora el más elaborado de los constructos teóricos alrededor del surgimiento de la especie humana, y aquel que se establece como verdad consensuada en el campo científico, es el aportado por la ciencia antropológica, a cuyas premisas se acoge el presente texto como punto de partida para un análisis de la cultura y sus implicaciones.  

Desde esta disciplina, se esboza un sistema evolutivo que explica cómo en cada fase, y de manera gradual, nuestra especie adquirió esa condición que le permite hacerse consciente de sus actos y darles a los mismos el carácter de intencionales. Son muchos los factores que influyeron en esta transformación del Australopitecus al Homo sapiens. Se hablará con cierto detalle de cada uno, haciendo énfasis en las facultades racionales a que dieron lugar, para finalmente introducir el tema de la cultura como producto de la integración y el aprovechamiento de dichas facultades en pro del beneficio del hombre. No obstante, es preciso anotar que la cultura es resultado no sólo del empleo de recursos existentes y creación de nuevos recursos como puesta en escena de la dimensión cognitiva que pretende la supervivencia y hace funcional lo que el medio prodiga, con miras a alcanzar un óptimo rendimiento, sino además  (y quizá sobre todo) del perfeccionamiento de capacidades que se encuentran al servicio de otro tipo de desarrollo, habilidades como la representativa o artística.

Pues bien, en primera instancia, es incuestionable la enorme incidencia que tuvo el bipedismo en el desarrollo cognitivo de los antepasados de nuestra especie, por cuanto es el fundamento de las subsecuentes conductas “habilis”. Esto se debió a un cambio en el medio, más exactamente en relación con el acceso a los recursos alimenticios, que dio lugar a respuestas cada vez más complejas en términos de adaptación de la especie frente al ambiente: “La gran sequía del «acontecimiento del (H) Omo» se abatió sobre la región, probablemente también sobre el conjunto de los trópicos, y nuestra familia buscó y encontró salidas a la crisis; el australopiteco  robusto, la línea Zinjanthropus aethiopicusZinjantrhopus boisei, de corpulencia disuasiva (1,50 m, 40 a 50 Kg) y dentadura cascanueces […] , y el hombre, la línea o el grupo Homo rudolfensis – Homo habilis, de reflexión disuasiva (encéfalo de 600 a 800 cm) y dentadura de omnívoro […] Esta doble respuesta es del todo ejemplar: por una parte, en el Zinjanthropus vemos una ampliación de la dieta vegetariana a otros vegetales más duros a los que los australopitecos precedentes no tenían acceso y un aumento de tamaño del cuerpo sin un aumento destacable del encéfalo, y por otra parte, en el Homo se observa una adición de carne a la dieta vegetariana y un aumento del encéfalo sin aumento de la estatura y las dimensiones del cuerpo”[1]. Con lo anterior queda claro que los cambios ambientales producidos en aquel entonces condujeron a la adquisición de nuevos atributos corporales que traían consigo cambios al interior del sistema nervioso, así como del procesamiento de la información, la interpretación de hechos y las respuestas emocionales concomitantes, lo cual se ampliará más adelante.  

En segundo lugar, vienen a jugar un importantísimo papel las herramientas construidas con el fin de asir -o simplificar la manipulación- de un objetivo específico. El uso y la manufactura de herramientas se debió igualmente a necesidades impuestas por el ambiente, y el primer cambio llevó de manera consecutiva al otro; en otras palabras, el poder utilizar libremente los miembros superiores del cuerpo facilitó el implemento de otros objetos que permitiesen, como extensión de éste, -pero con la bondad de posibilitar una mayor consistencia- el mejoramiento y la precisión en actividades como la caza. Así, un incremento en el volumen del encéfalo y por tanto en las capacidades de planeación, previsión y dominio, produjo el desarrollo de estrategias adaptativas potencialmente mayores que las que se dieron en la etapa anterior de la evolución de la especie. Paulatinamente, la implementación y elaboración de herramientas cada vez más precisas, variadas y duraderas, permitieron un ingreso e instauración de lo simbólico en la relación con el entorno, que tuvo como consecuencia el surgimiento de nuevas formas de aprehensión y vinculación con la realidad, y a su vez de mecanismos más refinados de comunicación, específicamente en el campo gráfico. Se da en este momento un salto considerable en lo referido a la concepción de Ser Humano, ya que, como se dirá a continuación, esta transición al plano de lo simbólico es determinante en la constitución del Homo sapiens como tal y en el origen de la cultura.

Aparece entonces posteriormente la cualidad de conferir poderes a los fenómenos naturales, dada la incapacidad de comprender y aprehender aquello que los produce, y de este modo surge la necesidad de representar esos fenómenos tal y como son percibidos. A partir del adiestramiento en el uso y la fabricación de herramientas se da un salto a la simbolización y con ella a la religión. Al comenzar a interesarse por su origen y por el origen de todo cuanto rodeara el entorno, el Homo sintió la necesidad de conceder a los animales, al viento, al sol, a la luna, a la lluvia y al fuego (que ya para ese entonces hacía parte indispensable de su supervivencia), propiedades divinas, atribuyéndoles incluso la facultad de haberle dado origen. Fue de esta manera que a través de la cosmogonía encontró los entes responsables de los elementos, astros y fenómenos naturales susceptibles de percibirse mediante los sentidos.

Es necesario detenerse brevemente en este punto para dar pertinencia a lo sugerido en el titulo del presente texto, a saber, que el hombre no solo creó la cultura, sino que también es gracias a sus primeras manifestaciones (las culturales) que se considera ser humano aquella fase de la evolución de la especie en la que el Homo fue capaz de dar sentido a lo que le rodeaba.  Esto ha de tenerse en cuenta, no sin antes aclarar que para que tal desarrollo se diera, debieron sucederse previamente millones de años, desde que el Australopitecus se irguió hasta que el Homo otorgó valor divino y/o afectivo a ciertos hechos determinantes que observaba en derredor suyo.

El surgimiento de la conciencia, aquello que provee la facultad del raciocinio, la capacidad de juicio, la valoración de la realidad y la autovaloración, pudo emerger de manera espontánea probablemente en un grado menor de reflexión del que posee actualmente el ser humano (en términos de la cualidad de los contenidos que son reflexionados), más no por ello puede cuestionarse que constituya justamente el inicio de lo que entendemos por cultura,  comprendiendo a la vez necesariamente la cultura como fenómeno que se genera paralelo a la adquisición de dicha facultad reflexiva. Junto a esta capacidad, y eventualmente de modo similar, la aparición del lenguaje es condición obligada para el acaecimiento de la cultura, ello sin obviar, por supuesto, la calidad del establecimiento de relaciones interpersonales y el surgimiento de grupos organizados, o dicho de otro modo, la institución sociopolítica con miras a la organización del colectivo. Pero incluso sin ir tan lejos, es viable afirmar que la existencia de costumbres entre los grupos, pudo haberse dado evidentemente sin que existiese aun el lenguaje verbal, el hecho es que todo este conjunto de acontecimientos contribuyó a la configuración de la cultura, en tanto simultáneamente la cultura puede considerarse como manifestación de la trascendencia de tales hechos evolutivos.

De cualquier manera, nos referimos a un fenómeno que hasta el momento sólo es observable en la especie Homo y esto permite concluir que es únicamente el ser humano quien, a partir de la invención de herramientas, de mecanismos de comunicación y de estructuras socio-políticas, ha introducido imbricadas y significativas modificaciones de modo intencional, tanto benéficas como adversas, al interior del lugar que habita. El desplazamiento de los primeros Homo de la escala evolutiva, la posibilidad de hacer uso de sus extremidades superiores ya con cierta destreza, el desarrollo del estructuras complejas de representación, el perfeccionamiento de modalidades de comunicación y la conformación de grupos organizados por sistemas de creencias y jerarquías, produjo en definitiva esta ingente modificación del medio, así como la adaptación a diferentes condiciones ambientales.

Con lo anterior como idea inaugural para la presentación de una posición crítica, se plantea la necesidad imperante de repensar nuestra evolución, más que como un proceso gradual de adquisición de habilidades y dominio del entorno, desde la obligatoriedad que nos supone la posesión de tales facultades: una obligatoriedad referida al actual en pro de nuestro sistema y no en detrimento de él. Esto implica que, en sentido inverso a lo que actualmente tiende a crecer (contribuir al desarrollo de programas que finalmente solo obstaculizan la relación armoniosa con el entorno), se promueva una conciencia colectiva que propenda por procesos de pensamiento y de reflexión en torno a asuntos de vital importancia, como la educación, cuya desatención comporta un riesgo insondable a la continuidad de la especie.  Es preciso reconocer, en un primer momento, que somos lo que somos por cuanto hemos tenido un ambiente que nos procura no solo espacios adecuados para la posibilidad de supervivencia, sino que también ha viabilizado el despliegue de nuestra naturaleza racional, permitiéndonos el desarrollo de un organismo altamente capacitado para sobrellevar pérdidas y enfrentar adversidades; tendiente a diseñar estrategias eficaces aplicadas a la solución de muy diversos problemas, complejos cada vez en mayor medida. Y aun así, no somos superiores en naturaleza a los organismos que no ostentan atributos tan refinados, pues dichos organismos han contribuido a nuestro progreso, siendo necesarios para el resultado del proceso en que el Homo alcanzó el potencial que ahora posee; en muchos casos el medio, paradójicamente, favoreció la consolidación de factores que afectaban a otras especies y que terminaron siendo, más que necesarios, fundamentales para nuestro desarrollo. pero nos olvidamos de eso a menudo, como si no fuese ya relevante lo ancestral que nos privilegió y aun forma parte de ese acervo que nos protege. “La vida en la Tierra tendría, por tanto, un origen único, en el tiempo y en el espacio; lo que significa (…) que todos los seres vivos sin excepción que existen o han existido son parientes (…)”[2]  

La historia del hombre por definición involucra la cultura: el establecimiento de normas bajo un consenso social y la utilización del lenguaje -cualquiera sea la variante de este de que se trate. La cultura, como todo sistema, tiende a complejizarse y a expandirse, lo que explica que nuestro medio se encuentre cada vez más invadido por nuevas elaboraciones y construcciones que finalmente sólo incrementan las dificultades de relación con el entorno y con la naturaleza, pero generando simultáneamente nuevos modos de interacción con los mismos que posiblemente nos beneficien a futuro y continuen promoviendo nuestra evolución, según aprovechemos los factores ambientales y los transformemos en circunstancias que nos favorezcan.

La cultura ha sido erigida por el ser humano y éste existe gracias a las condiciones otorgadas por la vida: “La proliferación de la vida pronto se hizo muy impresionante y también su diversificación”[3]; y estos principios de proliferación y diversificación son compartidos por todas las especies,  incluso por la cultura como manifestación de la nuestra, así, tanto unas como otra (siendo obviamente la segunda posible únicamente por la existencia de las primeras) se enriquecen constantemente justo en virtud de su permanencia y expansión. La vida en esencia no ha cambiado, continúa teniendo para nosotros cierto carácter mágico, tal y como el que le atribuían los primeros Homo a los fenómenos naturales con la producción de sus cosmogonías. Estuvimos en el agua durante 3800 millones de años[4] y después prodigiosamente pasamos a inhalar aire, caminar, pensar, hablar; pero no está eso relegado al pasado, pues en equiparable sucesión de acontecimientos al progreso de aquella época, se precipita hace algunos siglos un cambio al interior de la cultura, un proceso de transformación que, a diferencia de aquél, nos conduce vertiginosamente a la aniquilación. En aquel tiempo estuvimos sumergidos en un mundo de múltiples dioses, poderosos, incomprensibles e incluso amenazantes, y posteriormente dimos a luz el positivismo científico al cabo de cientos de años; ahora, de manera similar, han comenzado a predominar -y son eje central de la relación del ser humano con su entorno- las formas de poder engendradas por la cultura, determinadas por la producción en términos económicos, en lugar de prevalecer la productividad  (con y para el otro) derivada de los vínculos interpersonales y con el medio.

El peligro que implica para nosotros la constante intensificación de lo que constituye la cultura, con las herramientas e instrumentos privilegiados en el momento presente no puede ser, sin embargo, y bajo ninguna perspectiva, comparable al advenimiento de cambios que aquí se citan como antecedentes: “(…) asistimos de este largo pedúnculo ya constatado durante el cual, el género Homo evoluciona primero más deprisa que sus herramientas; y después, vemos la tardía y leve inflorescencia de este pedúnculo que caracteriza a un Homo que ya no cambia y a unas herramientas cuya evolución se acelera.”[5] Esto ilustra con sumo acierto lo que sucede actualmente a partir de la tecnología: estamos siendo absorbidos por un mundo artificial que cada vez más se apodera del espacio e irrumpe en el tiempo; de no concientizarnos frente a la importancia de reavivar el vínculo con la naturaleza, nuestro fin vendrá más pronto de lo que imaginamos y será producido por la evolución de los sistemas artificiales opuestos a la evolución de los sistemas naturales: nosotros. 








[1] Coopens, Yves. La rodilla de Lucy: los primeros pasos hacia la humanidad. España. Editorial Tusquets. 2005. Pág. 43.
[2] Ibíd., pág. 22.
[3] Ibíd., pág. 23.
[4] Ibíd., pág. 24.
[5] Ibíd., pág. 61.


EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA FOBIA


Es un hecho ya tan cotidiano el encontrarse por todos lados los vestigios de seres que andan por ahí desechos y sin ilusiones debido a problemas amorosos, que uno se pregunta ¿qué pasa entonces con esa afirmación de que la fuerza del amor es la que mueve el mundo? La respuesta, pienso, se responde ya en la misma pregunta: lo que mueve el mundo simplemente pasa, ocurre y se manifiesta sin importar la naturaleza de la tensión que lo origina. Es cierto, el amor mueve el mundo, pero no necesariamente ese amor que siempre idealizamos, perfecto y por lo mismo, imposible de comprender por seres tan imperfectos como nosotros. El amor es en realidad tan misterioso que incluso a estas alturas de la civilización no terminamos de comprenderlo por igual que a otras experiencias determinantes en la existencia humana. Su función es unir, conectar, relacionar, y esto incluye que estemos hablando entonces de un par de elementos diferentes    -en este caso personas- que se confrontan, que se oponen el uno al otro. Así pues habrá que tener en cuenta también que, siempre que un elemento que posee una característica opuesta a otro, ello necesariamente implicará que exista conflicto entre ambos o que en determinado momento puedan excluirse entre sí y es precisamente esto lo que ocurre en el amor.
El problema que se presenta al abordar este tema es que no aceptemos por fin que todos somos y seremos siempre individuos, es decir, partes que difieren las unas de las otras y que son independientes entre ellas pero que forman una misma cosa, y es que es justamente esa la esencia de la vida: la diversidad. Mientras continuemos esperando que aparezca la media naranja no nos encontraremos nunca frente a alguien por quien podamos sentir que vale la pena ser lo que se es y darse por completo sin perder la autonomía y la autovaloración, sobre todo si pretendemos encontrarla cualquier día en la cuadra contigua a donde vivimos y sin haber intentado conocer en realidad a alguien, admirarlo y respetarlo tal cual es. No es posible acercarnos a lo que es en verdad el amor si antes no pensamos en todas las implicaciones que conlleva la vida en pareja y en que para que las cosas salgan bien debemos poner de nuestra parte, conociéndonos a nosotros mismos en primer lugar y dando así mismo al otro la oportunidad de expresarse libremente.
Dentro de los motivos por los cuales las quejas de desamor han sido siempre constantes y han estado presentes en todas las culturas y todas las épocas, se encuentra el hecho de que se aspire a tener un control casi absoluto del ser amado, cosa que de entrada estaría ya en discordancia con el amor en cuanto tal, porque como se decía, el amor busca unir, poner a interactuar, pero nunca fusionar. Al amar a otro verdaderamente se le permite ser espontáneo, pues se supone que la razón por la cual se convirtió en nuestro objeto de amor es porque algo nos atrajo muy fuertemente y fue así desde el comienzo, entonces ¿por qué pretender cambiar al otro luego de que se veneró justo por ser como era? 
Jamás el ser humano ha podido contentarse con lo que tiene, eso hace parte de nuestra naturaleza, seremos inconformes mientras haya algo que desear y por desgracia nuestra siempre lo habrá. Pero esta falta no necesariamente tiene que ser vista o coloreada con un tono traumático, pues también por fortuna nos tenemos unos a otros para prodigar, aunque sea eventualmente, apoyo, compañía y protección. Lo que sucede actualmente va más allá de ese temor implícito a no conocer el amor, es, peor aún, un miedo a conocerlo y ser victima de sus hazañas. La fobia al amor con la que los jóvenes de la época están impregnados es algo por lo que deberíamos cuestionarnos, ya que posiblemente se deba a la falta de atención en la importancia que representa tratar estos asuntos para promover una vida mejor en pro de toda la sociedad. Porque la base de la principal institución social, a saber, la familia, bajo la cual se adquieren los principales valores que constituyen el ser humano como parte de la cultura, es la pareja, y es allí donde debe centrarse la atención de la sociedad para cumplir con el proyecto de construir cada vez un mundo mejor.
Las últimas y las nuevas generaciones hemos vivido enormes saltos epistemológicos en el sentido de la ciencia, la ética y la razón, pero esto condujo a una profunda desestimación por lo sensible. Cada vez más aparecen nuevas formas de antropofobia, cada vez más la exclusión de la diferencia predomina entre los individuos miembros de un grupo social específico, cada vez más hay menos disposición a confiar en los demás y cada vez más nos repelemos unos a otros, más y más. Un ejemplo bastante ilustrativo de este hecho es el conflicto que hace unas décadas apareció entre pequeños grupos sociales caracterizados por e identificados con estilos de música, tendencia de moda o contextos socioeconómicos; no hace falta ser un gran observador para darse cuenta de la marcada rivalidad, casi inconsciente incluso, que puede existir entre hinchas del Nacional y del Medellín, roqueros y reguetoneros, ricos y pobres, rubios y morenos y finalmente, entre los hombres y las mujeres. Tristemente aunque el incremento de la población es cada día mayor, la discriminación injustificada y las conductas de evitación son proporcionales.  
La clínica es un espacio en el cual a menudo se plantean los conflictos amorosos como uno de los principales causantes del desinterés en todas o algunas de las áreas en que el ser humano se desenvuelve, convirtiéndose generalmente en motivo de conductas disfuncionales, síntomas corporales y numerosas desviaciones de la personalidad o trastornos del carácter. Así pues es innegable que el amor es la fuerza más poderosa que media entre la naturaleza de nuestra especie, la naturaleza en sí misma y las leyes que rigen el mundo y actúan sobre cada acontecimiento. Tal fuerza se ve aun más compelida a actuar entre nosotros por cuanto el concepto de amor como es entendido está íntimamente ligado a la sexualidad.
Ahora más que nunca los adolescentes y jóvenes en general comprenden muy bien lo que significa el acto sexual, ese no es el problema, el asunto se complica a la hora de preguntarles acerca del manejo que hacen de su sexualidad, de los motivos que los condujeron a establecer ciertas preferencias sexuales y sobre todo de la función que cumple la sexualidad al interior de sus relaciones interpersonales. Por esta razón es de vital importancia generar nuevas propuestas de intervención que más que encaminadas a crear campañas moralistas que promuevan la represión de la sexualidad con advertencias terroristas acerca de las ETS o que encuentren como vía de solución la inhibición de las conductas sexuales, a crear conciencia sobre la necesidad de vivir una sexualidad sana y de asumir una postura responsable frente a su propio cuerpo tanto como al del otro.
Pero no se trata con esto de limitar el cuestionamiento respecto a estos temas a la función del médico, del psicólogo, del sexólogo, del padre de familia o del docente, se trata más bien de fomentar una actitud crítica en los jóvenes alrededor del tema del amor y de la sexualidad tal y como son vividos en sus experiencias cotidianas. Porque lo que realmente genera un cambio en cuanto al conocimiento no es la cantidad de información que se posea, sino la manera en la que se utiliza esa información, lo que se hace con ella y las reflexiones a que se es capaz de llegar con los datos obtenidos.
El verdadero esfuerzo por comprender lo que el amor significa debe estar orientado al reconocimiento del otro como individuo con atributos diferentes a los míos y a la aceptación de que es condición fundamental estar dispuestos a asumir los retos que se plantean en la relación de pareja como pasos o etapas previos a la constitución de un lazo afectivo que, si se permiten y se facilitan la comunicación, el intercambio y el acercamiento, puede dar lugar a una hermosa experiencia que hará de cada uno de los miembros de la pareja un ser en constante crecimiento y con la suficiente capacidad de autonomía y respeto por la diversidad como para aportar a la relación las dosis adecuadas de pasión y de afiliación con el otro. La clave es establecer un equilibrio entre el cambio constante y la permanencia estable que ayude a ambos a hallar el punto en el cual se encuentran como dos almas divididas pero que al mismo tiempo deciden día tras día complementarse mutuamente, promoviendo nuevas maneras de verse y sentirse.
A menudo se escucha decir “yo no me quiero volver a enamorar… eso sólo es para sufrir… el amor no existe… es mejor tener relaciones esporádicas pero divertidas que una misma siempre bien aburrida…” etcétera, etcétera. Pero la fobia no es a los otros y a su poca capacidad de amar, es a que nosotros mismos no cumplamos con los resultados esperados por el otro y que terminemos solos habiéndonos enamorado. Porque siempre que se acentúa en los defectos de los demás hay algo personal que se está proyectando.                                                                               
Así entonces, nos encontramos frente a una crisis colectiva ante el amor, desde diversas perspectivas, por supuesto, pero me atrevo a decir que todo se traduce en una palabra: fobia.
Algunos la padecen frente al hecho de estar en pareja mucho tiempo y caer en la monotonía; otros a experimentar incesablemente nuevas formas de enfrentarse al amor; otros más a comprometerse y perder su identidad en una fusión con el otro, y finalmente, los que peor se encuentran temen a enamorarse, incluso por primera vez, a tener que vivir la pérdida del amor, es decir, sencillamente le temen a relacionarse con el otro, a aferrarse y entender que el amor no es como en los cuentos de hadas y que solo ha de ser para toda la vida cuando se apuesta por él en una mutua renuncia y una reciproca motivación.
El problema contemporáneo radica en el establecimiento de relaciones de pareja en donde el amor necesariamente se manifiesta mediado por una asociación a la sexualidad genital. Esto implica grandes dificultades para la formación de una idea real del otro en tanto ser integral y en cambio origina complicaciones en el momento de la vinculación afectiva, pues generalmente la ligazón entre sexo y amor va a generar rompimientos violentos debido a la incapacidad de reconocer otros factores como la amistad, la confianza y el respeto por el espacio de la pareja.
La recomendación es construir una relación afectiva que esté permeada por todos estos aspectos, que son además característicos de la naturaleza humana.

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