Verdad nietzscheana


De: “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”.

El planteamiento con el cual Nietzsche inaugura el texto, intenta dar respuesta a la pregunta por la trascendencia del intelecto cuando éste se sustrae de la naturaleza humana y es conmensurado desde el plano universal. La afirmación inicial es que el intelecto o el conocimiento están supeditados a la existencia humana, y más allá de ello no tienen un sentido mayor que el de la capacidad de supervivencia que la naturaleza misma ha otorgado a otras especies; es decir, la facultad cognitiva en la especie humana cumple exactamente la misma función que la fuerza, la velocidad, los cuernos o los colmillos de los cuales están dotadas otras especies, cuyo fin no es otro que la adaptación a ambientes hostiles o la supervivencia en su sentido más elemental. Y no obstante, dicha capacidad está en una categoría inferior a las equiparadas anteriormente, pues “es –nos dice él- el medio, merced al cual sobreviven los individuos débiles y poco robustos […] 
Con lo anterior, Nietzsche sitúa la búsqueda sincera de la verdad, por parte del hombre, en el lugar de lo inconcebible, si se tiene en cuenta que no sólo difícilmente le puede ser ésta accesible debido a la obnubilación que producen en él las sensaciones (entendidas como respuestas primarias a los estímulos externos), sino además por la manera en que se concibe a sí mismo, henchido de arrogancia y orgullo.
Es pues el lenguaje el que, gracias al impulso gregario del ser humano, permite legitimar algo como verdad, mediante la instauración de normas y consensos que sólo a la luz de la cultura admiten entenderla como tal, porque probablemente sin esa autorización que los acuerdos sociales le otorgan, carecería muchas veces de sensatez. De este modo, dictaminar algo como verdad sólo puede concebirse bajo el lente de la convención social.
Sin embargo, la relación con la verdad va más allá de lo moral, y es esta la tesis principal de Nietzsche en el texto, en virtud de que los individuos sólo propenden por ella cuando les es conveniente o cuando representa para ellos una ganancia y, por tanto, la mentira o la calumnia les son indiferentes si no les significan perjuicio alguno. Con esto, la necesidad de la verdad no es inherente al ser humano, es relativa, e incluso puede llegar a ser irrelevante cuando no conlleva el provecho egoísta o la satisfacción de un deseo puramente individual.  
Por otro lado, las categorizaciones a que lleva necesariamente el lenguaje no tienen una relación directamente proporcional a la verdad de los hechos o la naturaleza real de los fenómenos, puesto que los términos resultan ambiguos y equívocos cuando intentan captar la esencia de las cosas. La palabra con que algo se define sólo circunscribe un aspecto fáctico y al mismo tiempo una impresión meramente subjetiva del objeto percibido y es así como se pierde la legitimidad de las designaciones que atribuimos a lo que nos rodea, en relación con la verdad de ello. Ya lo decía Saussure al hacer referencia a la arbitrariedad del signo.
El erigir una idea o un conjunto de ellas como verdad, es sólo el resultado de la acomodación de estas al marco conceptual que el ser humano ha creado para entenderlas y denominarlas y por lo tanto se reconocerán obligatoriamente como verdaderas puesto que las palabras son ya vinculantes porque han sido previamente diseñadas para describir las imágenes mentales con que él mismo inicialmente aprehendió las cosas.  
Con lo anterior, como nos lo dice Nietzsche, “El que busca tales verdades –el encontrar la certeza  en el descubrimiento de la esencia de las cosas (de “la cosa en sí”) empleando estándares bajo los cuales clasificamos (y con ello diseccionamos, fragmentamos, mutilamos) las cosas, como sucede con el lenguaje o el antropomorfismo, con la metáfora y la racionalización- en el fondo solamente busca la metamorfosis del mundo en los hombres”. 
Por lo tanto, la medida, la valoración estética y el grado de veracidad de las cosas, residen en nuestra propensión a calcularlas y delimitarlas al campo de la lógica matemática, ajustando la realidad a los parámetros del espacio-tiempo. 
Finalmente entonces, la propuesta que nos presenta el autor en el texto es reivindicar el lugar de las intuiciones y de las imágenes con que fundamentalmente el ser humano establece su relación con lo existente; él promueve la emancipación del pensamiento estableciendo como vía posible para ello la experiencia estética que el arte puede brindar, en tanto permite la exacerbación del pensamiento simbólico que, en lugar de disociar, implica la convergencia de imágenes e ideas, posibilitando a los conceptos (puesto que no se trata de prescindir de ellos) ser plurisignificativos, cuando están mediados por la abstracción. Con todo, en última instancia queda claro con Nietzsche que el ser humano, sólo por fuera de la sistematización del lenguaje, puede acceder a la naturaleza de la verdad de las cosas y que los conceptos y las convenciones no nos sirven más que para organizar el mundo y evadir la frustración que puede originar el reconocimiento de nuestra ignorancia respecto a la verdad.  


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