Psicoanálisis y arte


Dos obras se acogerán en esta exposición que busca dar a conocer algunos de los aportes del psicoanálisis a la comprensión del funcionamiento psíquico a partir del abordaje profundo al interior de las mismas. Se comenzará por una obra que fue analizada por Freud y que ha sido de gran interés para el tratamiento del tema referido a las perturbaciones mentales, aunque no se considere realmente como una obra de arte o literaria.

Se trata pues de un libro, Memorias de un neurótico, cuyo autor escribió como una autobiografía y que muestra muy en detalle lo que de otra forma no se podría conocer, mediante la práctica del psicoanálisis, acerca de la evolución de la paranoia en particular y de la esquizofrenia en general.

El caso Schreber ha suscitado, entre muchos de los casos estudiados y publicados, tal vez más incógnitas que cualquier otro, esto se debe específicamente a la particularidad de su “curación”; otro de estos casos, que vale la pena mencionar aunque sea de paso, es el del premio Nobel en economía John Nash, alrededor del cual se realizó incluso un film llamado “Una mente brillante”.
Daniel Pablo Schcreber fue un conocido doctor en Derecho, a quien la religión no interesó en absoluto durante las primeras etapas de su vida, y sólo hasta mucho después despertó, como necesidad psicológica, para traer consigo una cadena de delirios como el contenido esencial de su patología. Se considera de suma importancia resaltar un hecho que puede ser muy sugerente para el tema de que se ocupa este trabajo, tal hecho radica en una afirmación que el propio Schreber hace en relación con su caso, y que Freud tiene en cuenta para su análisis justo cuando comienza a exponer el historial clínico; citando a Schreber, Freud transcribe:
“Dos veces he estado enfermo de los nervios y ambas a consecuencia de un exceso de trabajo intelectual. La primera, siendo magistrado en Chemnitz, a consecuencia de la actividad desplegada en unas elecciones al Parlamento, y la segunda, a causa de la extraordinaria labor que hube de desarrollar al hacerme cargo del puesto de presidente del Tribunal de Dresden”.  [1]

A lo que se pretende hacer referencia con adjudicarle a esta aclaración un efecto sugerente, no es más que remitir al lector a cuestionarse a lo largo del presente escrito sobre la influencia que la actividad intelectual intensa puede tener en el desencadenamiento de un trastorno psicológico severo, tal y como sucede en el caso que se presenta y en muchos otros casos que ya se examinaron en el capítulo anterior.

Continuando entonces con el trabajo de Freud frente al caso Schreber se dirá, para empezar, que muchas de las observaciones que allí aparecen  no contribuyen de manera novedosa al marco teórico del psicoanálisis tanto como confirman lo ya dicho de antemano. Como se sabe, uno de los grandes aportes de la teoría psicoanalítica es el dirigido al estudio del desarrollo psíquico en las etapas más fundamentales de la vida, es decir, entre la primera infancia y el comienzo de la adolescencia. En el complejo de Edipo, Freud resume el funcionamiento de la instancia del inconsciente y, en suma, el proceso a través del cual un sujeto se ubica frente a los otros y al mundo, asumiendo una posición estructural e inscribiéndose como individuo al interior de la cultura.

La figura paterna ocupa en este corpus  teórico un lugar crucial, en tanto es la responsable de instaurar la norma, la ley y las prohibiciones morales, así como los cánones bajo los cuales el sujeto habrá de comprender lo externo a él y de comportarse ante sus semejantes. Esto implica que el padre (ya sea quien desempeña el rol en lo simbólico o a quien corresponde lo biológico), y por analogía lo masculino, sea la representación no sólo de una deidad superior omnisapiente, sino también del criterio de racionalidad tal y como lo concibe la modernidad.
Pues bien, en Schreber, es también el padre, como lo muestra Freud, figura crucial que atraviesa todos los pormenores en la trama de su delirio, manteniéndose como protagonista, aun desfigurado por desplazamientos metonímicos. Todo esto se da a partir de una transformación que luego se expondrá; por el momento se seguirá el orden del delirio tal y como aparece, para luego remitir a las conclusiones del análisis realizado por Freud.

Al principio del delirio, el doctor Flechsig, el primer psiquiatra encargado del tratamiento de Schreber, aparece como una figura amenazante, un “asesino de almas” y su enemigo acérrimo, considerándolo como tal debido a que era el líder de una conspiración en su contra, con la cual se pretendía no sólo acabar con su alma, sino también deshonrar su cuerpo, transformándolo en mujer, utilizándolo para abusar de él sexualmente y luego, prostituyéndolo. En este punto del delirio Dios ya comenzaba a representar la única alternativa de salvación para Schreber, sin embargo, luego pasó a ser tanto cómplice como instigador de la conspiración que se alzaba en su contra. El delirio comienza a complejizarse a medida que surgen nuevos personajes amenazantes, entre ellos un enfermero de la segunda clínica en la cual Schreber estuvo internó y el nuevo director de la misma, el doctor Weber. Pero lo más peculiar del delirio es que todos aquellos enemigos no se constituyen como tales siendo personajes encarnados que pudiesen ocasionar daños físicos, por el contrario, el único daño que podían hacerle era el moral, puesto que consistían en un inmenso número de almas, que además se iban desprendiendo de una principal, conduciéndose incluso bajo ciertas jerarquías. Así, por ejemplo, el alma de Flechsig se dividía en decenas de almas habiendo, no obstante, dos de ellas que eran las principales y que, aunque aisladas, discutían y trataban de someterse entre sí por temporadas. Es preciso dejar claro aquí que en sus Memorias Schreber intenta separar taxativamente la persona del Flechsig, es decir, al doctor, del alma de Flechsig que lo atormentaba en su delirio; en efecto, el mismo Schreber es explícito cuando afirma que luego de su primera enfermedad y la recuperación posterior, le quedó enormemente agradecido por su intervención y que  le retribuyó con excelentes honorarios.

Ahora bien, Dios continúa siendo una salida al problema de Flechsig, aun cuando la relación con él implique también una amenaza y una pérdida. Tal pérdida es referida a la cuestión de la virilidad y esto representa la solución, no sólo al conflicto implícito en la lógica del delirio de Schreber, sino además a las interrogantes que su elección inconsciente puede despertar; por lo menos este es el tratamiento que Freud le da al caso. En la parte ulterior de la enfermedad, Dios, erigido igualmente como amenaza, le permite a Schreber ponerse por encima del alma de Flechsig, construyéndole un futuro en el que su cuerpo, ya convertido en el de una mujer, engendrará una nueva raza humana superior, siendo el principal representante de la misma. Con ello, se soluciona el conflicto interno de Schreber de renunciar a su masculinidad, pues tal promesa sólo se dará en un futuro lejano, cuando su destino en la tierra culmine; aun mejor, culmina también el conflicto con el alma de Flechsig, pues esta será vencida.

Con el fin de no extender mucho esta presentación, puesto que hay elementos que escapan al esclarecimiento de lo que en adelante se pretende abordar, y más bien introducirían asuntos desligados del hilo con que se teje este texto, se expondrá brevemente la conclusión a la que llega Freud, luego del análisis del caso. Tal conclusión consiste en descubrir que existe en Schreber un hondo sentimiento de culpa, relacionado con la práctica del onanismo en la infancia y, al mismo tiempo, un temor a la castración que posteriormente se convierte en aceptación de la misma e identificación con la mujer. Por tanto, quien en principio es, dentro del delirio, un personaje amenazante es, en la realidad del inconsciente justamente el sujeto a quien está dirigido el deseo y por el impedimento de llevar a cabo la satisfacción de ese deseo se convierte en una entidad persecutoria. Todo esto se anuda a la figura simbólica del padre, a quien se desestima, lo mismo que se añora, y tal relación ambivalente reaparece con la interpretación de Dios como un ser que aunque posee “rayos divinos” capaces de penetrar en el pensamiento suyo, también es ridiculizado hasta el punto de realizar milagros absurdos (como evitar en él la defecación mediante un procedimiento bastante simple) y más que eso, con una incapacidad total de comprender a los hombres, pues su relación se limita a la comunicación con los cadáveres. No obstante, la descripción del Dios schcrebiano es demasiado compleja y aun más las asociaciones que Freud realiza en torno a este tema, por lo mismo se sugiere al lector remitirse, en lo posible a ambos escritos, para acercarse un poco más a tales elucubraciones.

Para culminar no se dirá más que la recuperación de Schreber fue asombrosa, hasta el punto de permitírsele de nuevo ocupar su cargo público, habiéndose restituido casi por completo su capacidad de relacionarse y percibir el entorno, exento de alucinaciones visuales y auditivas, como las que anteriormente padecía; conservando todas las aptitudes para desempeñar sus labores; poseyendo la misma agudeza intelectual de siempre y conservando únicamente las ideas con las cuales se había intensificado su delirio, sin que esto le provocase alguna disfuncionalidad. Luego de superar la enfermedad, Schreber escribió sus memorias y, aunque no es un dato basado en argumentos y puede ser mejor visto cómo simple especulación, se considerará que probablemente esta experiencia de la escritura haya proporcionado elementos desde lo creativo para la readaptación a sus labores.

Como se dijo hace un momento, se tratará finalmente otra obra con la cual Freud se sumerge en una interpretación, que quizás para muchos significó una aventura sumamente arriesgada, e incluso la posición tal vez más desmesurada, en la que se haya ubicado tras el análisis de una obra, pues en ella se develan inclinaciones del artista que carecen de fundamentos. Se trata del artículo “Dostoievski y el parricidio”, en el que Freud menciona que existe correspondencia entre algunos de los sucesos que se narran en la novela “Los hermanos Karamazov” con ciertos rasgos de personalidad y situaciones significativas en la vida de Fiodor Dostoievski.

El análisis comienza con una enumeración de las fachadas que componen la personalidad de Dostoievsky, en las que se cuentan: el literato, el neurótico, el pensador ético y el pecador. A continuación Freud aduce que la menos dudosa es la del literato, pues la postura del pensador ético es atacable en el sentido de que su principal objetivo no es llevado a cabo; tal objetivo consiste en la renuncia a la satisfacción de las pulsiones que pueden perjudicar el bienestar propio o de los otros. Sin embargo Freud entra en otros terrenos de lo personal, que según él aparecen en la novela con algunos de los personajes, pero que ante todo se evidencia una identificación de Dostoievski con el que representa al asesino del padre.

Antes de exponer cuáles son las conclusiones a las que llega Freud en su texto, se considera necesario hablar un poco acerca del contenido de la novela. Se trata pues de cuatro hermanos, dos de ellos de la misma madre y los otros dos de madres diferentes (uno de ellos no reconocido dentro del matrimonio ni legalmente), cuyo padre ha permanecido siempre al margen de su educación y negándole al mayor el dinero que le correspondía de la herencia de su madre. Aquel que fue negado por el padre, trabaja para él como asistente del mayordomo, quien se encargó de su crianza desde que su madre lo dejó abandonado frente a la puerta de la casa, falleciendo después de dar a luz.

La personalidad y tendencias de cada uno de los hermanos es descrita por Dostoievski con gran delicadeza en los detalles, que ayuda a comprender la situación desde todos los puntos de vista durante la primera parte de la novela, mas no es así como sucede en la segunda parte, pues el relato comienza a complejizarse con situaciones que confunden al lector respecto a la verdad de los hechos. El mayor de ellos, Dimitri, hijo único del primer matrimonio es un general del ejército, entregado a los juegos de azar, la bebida y otros excesos, igual que el padre, pero está constantemente en riña con él por el dinero que le debe y por una mujer de la que ambos están enamorados. El segundo de los hermanos, llamado Ivan, es un académico orientado a una filosofía materialista y atea, renegando bajo estas premiosas de la fe cristiana y, no obstante, se mantiene en un conflicto moral interno que lo lleva incluso hasta las alucinaciones. El menor de los tres hijos reconocidos, Alexei, es un monje dedicado a la vida espiritual y con una actitud siempre imparcial frente a las conductas y pensamientos de su padre y sus hermanos.

Sin embargo, el cuarto hijo, que permanece al principio por fuera de todo el problema central, es quien consuma el parricidio, a pesar de ser el más sospechoso el libertino e impulsivo Ivan Smerdiakov, como fue llamado, fue concebido por Fiodor Karamazov e Isabel, una mujer del pueblo que vivía en las calles y que padecía de alguna enfermedad mental, pero la verdad de este hecho se mantuvo siempre como rumor. Su vida fue modesta hasta el punto de entablar relaciones sociales muy limitadas, siendo casi ignorado por los demás; pero en su soledad alimentaba pensamientos misántropos y acumulaba rencores, lo cual nunca se revelaría por su personalidad sumisa y su prolongado silencio.

 Ahora bien, regresando al análisis de Freud, se enfatizará en un asunto que aparece en la novela y del que se vale para su interpretación; se trata de ver en la enfermedad que padece este último personaje una correspondencia con el propio Dostoievski, pues ambos son epilépticos. Y con ello Freud muestra una equivalencia entre la descarga que se produce en las convulsiones y lo que se experimenta en el coito; tras ello emite un diagnóstico en el que coloca a Dostoievski en el lugar del histérico, al remitirse a una época de la vida en la que este autor fue condenado a permanecer en Siberia y en la cual cesan los ataques, admitiendo en ello un desplazamiento inconsciente de la necesidad de castigo inherente a la estructura del literato. Pero más allá de este diagnóstico se encuentra algo más profundo, tal necesidad de castigo sólo puede provenir del sentimiento de culpa, que al mismo tiempo sólo surge en principio por el deseo inconsciente de dar muerte al padre, característico de la etapa en que se desarrolla el Complejo de Edipo. Según Freud esta necesidad de castigo y su intrínseca tendencia masoquista se ve reflejada en la ludopatía de Dostoievski, que le causó por algún tiempo la ruina total.

Este hecho lleva a Freud a indagar en las experiencias infantiles del autor y a encontrar allí algo de lo cual se sirve para formular una importante premisa del psicoanálisis, ésta es que existen dos vías para la resolución del Complejo de Edipo, dirigidas a la anulación del sentimiento de culpa frente al deseo de la muerte del padre, lo cual es, como lo expone en Totem y Tabú, un elemento constitutivo de lo humano. Este deseo aparece cuando la madre representa lo primordial en la vida del infante al satisfacer todas sus necesidades y genera así una sensación de completud de la que no se vuelve a tener noticia al enfrentar la realidad con sus dificultades. De esta manera el padre aparece como obstáculo, en tanto es quien posee a la madre y por ello se desea su destrucción; pero el padre representará también una amenaza que siempre implica la castración en el plano simbólico.

La castración generalmente se resuelve por la vía en la que el amor del infante se dirige de nuevo al padre pero admitiendo el límite que éste impone a la relación incestuosa con la madre. Pero la segunda vía que Freud sugiere como la emprendida por Dostoievski es aquella en la que la amenaza de castración del padre y su consecuente sentimiento de angustia, efectúan un cambio en dirección a la madre, en el cual el niño  se identifica a la posición femenina con el fin de ser amado por el padre. De este modo se da una renuncia a la virilidad y aparece una posición angustiosa, ya no frente al odio del padre sino ante la actitud femenina, presentándose una constitución bisexual, que es la que Freud adjudica a lo estructural en Dostoievski.

Otra característica que resalta Freud de la personalidad del escritor es, como ya se mencionó ligeramente, el hecho de existir en él una tendencia masoquista y para explicarla se vale de la teoría de las pulsiones y sus destinos, recordando que uno de ellos es la transformación en lo contrario. Lo que sugiere pues, es que en Dostoievski hay una fuerte pulsión destructiva que, en lugar de ser dirigida hacia el exterior como sucede con los criminales, es dirigida hacia el interior, convirtiéndose en un severo sentimiento de culpa y en búsqueda de autodestrucción, en tanto la angustia frente al odio del padre le lleva a ponerse en su lugar, no como hombre, sino como el padre muerto. Esto se evidencia para Freud en la inclinación patológica al juego y un probable abuso sexual con una niña. Pero paradójicamente la escritura encontró en él su mejor expresión justo en los momentos de la vida en los que atravesaba por circunstancias sumamente difíciles. Para terminar, se dirá que Freud establece una relación entre Dostoievski y el personaje Smerdiakov, al atribuir a aquel una identificación con este que tiene que ver más que con la enfermedad, con el parricidio y que por ello entonces le confiere una indulgencia absoluta, convirtiéndolo casi en víctima y justificando su actuación como victimario.

Con lo precedente entonces podría afirmarse que lo creativo sirve a la satisfacción del deseo según como intervenga la imaginación y es por ello que en la obra de arte esta en juego la satisfacción del deseo.



[1] Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia autobiográficamente descrito. S. Freud, OC, Toomo III, pág 1488.

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