Mitología y psicología analítica

La inclinación de Jung al estudio de la mitología de diferentes culturas encuentra su sustentación en la urgencia para su teoría de encontrar evidenciada en la historia del hombre la tendencia a representar a través de símbolos una necesidad instintiva, que está en relación con la comprensión de contenidos inconscientes primigenios, más específicamente los contenidos del inconsciente colectivo: los arquetipos. 
Desde aquí pues, podemos vislumbrar la importancia que adquiere el estudio de estos relatos y de la manera en que cada cultura asume la cosmogonía, como enunciación de un saber colectivo y precedente a toda civilización y como el fundamento para comprender la psique en tanto hacedora de símbolos y mediadora entre la materia y el espíritu.
Lo que Jung encuentra al adentrarse en el estudio de los diferentes relatos mitológicos de diversas culturas, es que existe una sabiduría a priori, antecedente de todo conocimiento conciente y ajena al intelecto racional; es más bien como un conocimiento de la esencia de lo divino que permite establecer una conexión con lo humano, es un saber que viabiliza el reconocimiento de lo global y lo cósmico en lo individual; es la fuente de toda creatividad y de todo proceso anímico, sin apartarse de lo real, a la vez que se sirve de la fantasía.
Y es por ello que los mitos reflejan la manera en que los hombres han percibido su posición frente a los aconteceres y vicisitudes, y cómo logran hacer conciente de alguna manera, a través de la proyección, aquello que de otra forma distaría de ser comprendido. Mediante el mito se posibilita la aprehensión de lo que confunde y conmueve al ser humano, se facilita la incorporación en la conciencia de sus virtudes y defectos, de sus proezas y límites, puestos es el exterior para ser asimilados. Todo aquello que el hombre crea y recrea a través de la imaginación está contenido en su naturaleza, sin embargo, hay cualidades que no le es posible reconocer a menos que estén mediadas por una proyección simbólica, y para ello entran a su servicio las facultades de los dioses, algo que además autoriza la comprensión de la totalidad  constituida por los opuestos: todos los dioses poseen en sus características y reflejan en sus historias, facetas positivas y negativas, y por ello le permiten a los hombres interiorizar lo absoluto de una manera menos abstracta de lo que lo haría una exposición filosófica frente al asunto.
Tomemos por ejemplo al dios griego por excelencia. Zeus es un dios justo, desde su nacimiento entra a promover la justicia mediante el rescate de sus hermanos, devorados por su padre, lo cual además le estaba predestinado. Él gobierna de manera intachable, más tiene una característica que lo hace demasiado vulnerable y que opaca en cierto grado su justicia: es infiel a su esposa innumerables veces, fruto de lo cual engendra a muchos hijos extramatrimoniales, tanto con otras deidades como con mortales. Y para hacerlo, además, muta su imagen y se vale en diversas ocasiones de  disfraces polimorfos, generalmente animales (símbolo de lo instintivo más precario), lo cual pone en evidencia su conciencia frente a lo insensato del acto. Zeus también se caracteriza por ser en extremo receloso con su posición jerárquica, induciendo por ejemplo a Poseidón para que juntos engañen a su hermano Hades en el momento de ser repartidos entre ellos los reinos que han de gobernar,  guardando Zeus para sí la pieza que lo llevará al gobierno correspondiente al Olimpo, residencia de los dioses. En consonancia con el Dios Thor de la mitología nórdica, Zeus es el dios del trueno, posee una especie de báculo del que emanan los rayos a la tierra, los que dan cuenta de su ira.
En relación con esto último, puede verse como una constante en la concepción mitológica, la atribución del castigo de los dioses o el resultado de su inconformidad frente a los actos de los hombres, las desgracias y los desastres naturales, probablemente como una prefiguración de lo relativo a la conciencia cristiana, que equivale al reconocimiento de la perversión y la inmoralidad. En los mitos se efectúan las desgracias y males de la humanidad como obra de los dioses, pero en un sentido psicológico, es más una proyección de la conciencia moral que juzga lo sucedido como causa de un acto que atenta contra el orden natural, es decir, que vulnera lo espiritual.
Continuando pues con la relación del dios Zeus frente a la teoría de los arquetipos, éste representaría dos polos: en primer lugar el gran padre, que establece el orden entre el cielo y la tierra y que da lugar a la ley, regulando tanto a dioses como a mortales. Es el padre con todos sus atributos, buenos y malos: su autoritarismo, pero su justicia, su imposición, pero también su protección. De otro lado es el hijo castrador, que se erige sobre la potestad del padre y que hace justicia sobre su implacable proceder y su tendencia devoradora. Puede verse aquí, como el mismo Jung afirma, que los arquetipos devienen en procesos, y no declaran un solo atributo de lo psíquico, en tanto, como símbolos, son plurivalentes y poseen diferentes caras de una misma cuestión anímica, pues en este caso es posible percibir, por un lado el arquetipo del padre y por el otro, en un sentido menos amplio y evidente, pero no menos influyente, el arquetipo del puer aeternus, que sobreviene rebelde ante la ley del padre y que goza de los placeres de la carne sin restricción alguna.
Ahora bien, otra deidad a la que vale la pena hacer mención, y cuyo aporte a la psicología es invaluable, en tanto representa aquello que es el quehacer del psicólogo analista, tanto en la clínica como en el campo académico, es Hermes: el mensajero y poeta.
En un sentido arquetípico, Hermes representa el papel de la psicoterapia, en tanto sirve de puente entre conciencia e inconsciente, comunica ambos estadios y posibilita la comprensión de los contenidos del inconsciente a la conciencia, permitiéndole a ésta traducir mediante los símbolos el lenguaje de otra manera incomprensible. Del mismo modo, es él quien ofrece al hombre la hermenéutica, la capacidad de la interpretación y es al mismo tiempo el dios de los sueños, plagados de símbolos, y de los inventos, el comercio, la astucia y la prudencia. Es evidente pues como Hermes puede ser el inspirador del psicólogo por su naturaleza y esencia de intercambio y puede asociarse entonces al arquetipo del hermafrodita, pues como tal se le conoce, además de que media, aplicándolo al proceso de individuación, entre el anima y el animus. Se le llama también psicopompo, debido a que ayudaba a los muertos en su transición al inframundo e igual función de guía cumplía con los viajeros, quienes le ofrecían sacrificios para que les acompañase en su trayecto. Pero además, su habilidad para el lenguaje y su astucia al actuar le conferían la ventaja al robar, y por ello es también el guardián de los ladrones, así como de los fraudes.
Hermes posee curiosos artefactos que le sirven para cumplir su misión: unos zapatos alados, una monedera (con que favorecía el ingreso al inframundo a aquellos pocos que pudieron entrar vivos a cumplir misiones específicas) y un sombrero de ala ancha (pétaso) que es alegoría del gimnasio, pues además del fuego, la lira y la siringa (especie de flauta de nueve agujeros), inventó también la lucha y el atletismo.
Sin duda, al abarcar los ámbitos de lo psíquico es preciso considerar de manera relevante al representante del lado oscuro, del mundo correspondiente al lenguaje que occidente ha intentado evadir e ignorar: el mundo del inconsciente, el inframundo.
Hades es el dios acogedor por excelencia, su reino acoge a todos los mortales sin importar el lugar específico hacia el cual se dirigen, sin importar la naturaleza de su alma, pero en realidad les acoge cuando mueren, cuando lo que queda es su esencia inmortal.  Transformado en arquetipo, Hades encarna la Sombra, aquello repelido y repudiado por la humanidad desde el desarrollo de su sentido civil, ético, político, social. Es el dios del inframundo y cuida los secretos que en él habitan, a los cuales los mortales no pueden acceder. No es querido ni por hombres ni por dioses y está prohibido nombrarle, pues de alguna manera representa lo misterioso que por mucho ha sido igualado con lo desafortunado, no obstante Hades no es malo y sólo cumple su misión de no permitir el egreso de allí a las almas de los muertos ni dejar entrar a los vivos, y evidentemente ha de caracterizarlo su radicalismo, en tanto la muerte es ineludible, incuestionable e irrefutable como destino del ser humano.
De otro lado, es llamado el rico, según la mitología romana es Plutón, quien en su reino posee los tesoros y las piedras preciosas más codiciadas por los hombres, y en realidad es el dios que menos desventajas encuentra en su reino, pues su autoridad es respetada por todos los demás dioses y por todos los mortales, sin que ninguno de ellos desee o envidie su posición, además su reino tiene acceso extenso hasta los límites con la profundidad de la tierra y por ello puede poseer todos los metales.

No podría cerrar esta exposición aunque breve, sin abordar la figura arquetípica del amor, representada en dos dioses: Afrodita y Eros. Ellos son los encargados de conjugar mutuamente los atributos que constituyen completamente el amor: la belleza (estética) y el erotismo. No es fácil resumir frente a este tema, es tan amplio como expresiones del amor existen, como combinaciones de parejas hay, como los artilugios que se requieren para constituir una relación amorosa, sea esta efímera o realmente trascendental.
Sin embargo, en lo que sí se puede resumir, tanto la función y apariencia de estos dioses con lo que al sentimiento respecta es a una particularidad incuestionable: el amor es una especie de guerra, o por lo menos su característica es mediar entre dos bandos, dos posiciones, dos personas. Afrodita es una diosa guerrera, y por su parte, al conocido Cupido, Eros, justamente se le conoce por portar  arco y flechas, capaces de inspirar el amor en cualquiera, por más alejado de él que pretenda estar. Pero esta guerra es más bien una batalla planteada a la guerra, es decir, es la guerra por la unión, por la conciliación, por el amor.
Y es que respecto al mito hay muchas razones que tienen algo de verdad, pues esta es su razón de ser, el explicar mediante una fuente el ser de todo lo existente, cómo es y por qué existe. Así que el amor, para empezar, es tanto femenino como masculino, es de alguna manera asexual, y a la vez total, requiere de las particularidades de ambos polos. El amor, además, es realmente caprichoso, no tiene en cuenta cosas en común, ni discrimina en edad, condición, estatus, cultura… Tal como se representa en el mito, en el que se narra que Eros a veces por juego, lanzaba su flecha al primero que encontrase, sucede a veces en la realidad, se establecen parejas que parecieran no tener nada en común y, sin embargo se aman y respetan de manera ejemplar.
Ahora bien, la belleza, se supone, hace parte de los dones de estos dioses olímpicos, sin embargo, como es sabido al introducirse en el estudio del arte, la estética es por completo subjetiva y en el mejor de los casos está sujeta a una cultura, con toda su historia, en la que ella se prefigura según las normas sociales, las costumbres e incluso las características sociodemográficas y ambientales propias de la cultura de que se trate. Es así como lo que en realidad entra a hacer eficaz la mirada del ser amado como alguien hermoso es la propia concepción de la belleza, pero ésta, al ser una propiedad del amor, está implícita en el amado, es por esto que todo aquel que ama nunca dirá de su amado que es carente de belleza. Por otra parte es conocido también por muchos el cuento en el que se dice que el amor es ciego, y de serlo, tiene una hermosa falencia, pues es mejor no ver ciertas cosas y continuar amando, que tener todo por evidente y despreciar a los semejantes, como muchos, sin razón, haciéndose incapaces de amar.

Nota: La imágen que aparece al inicio del escrito es una obra titulada "El Olimpo" del artista Leonardo Montoya, Colombiano residente en Tampa, Florida (EE.UU).
 

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