Psicología Transpersonal

En el siguiente texto se presenta una síntesis de lo planteado por Stanislav Grof en su libro “Psicología transpersonal” en los capítulos 3 y 6 titulados “El mundo de la psicoterapia” y “Nuevos criterios sobre el proceso terapéutico”, en los cuales recoge los aportes de diversas corrientes en la psicología, con el fin de dar lugar a la propuesta de una nueva psicoterapia que logre conjugar lo mejor de sus antecedentes. 


INTRODUCCIÓN
Partiendo de un marco conceptual puramente científico como el introducido, a través del positivismo, por la Ilustración, el autor nos lleva a pensar en las posibilidades que la investigación con el uso terapéutico del LSD arrojó, confirmando muchos de los postulados de la física, que continúan siendo, aunque bajo el consenso de la ciencia, meras suposiciones, en tanto se encuentran al margen de la constatación experimental que el rigor de las ciencias exactas exige para dictaminar la validez y fiabilidad de una teoría. Así, mediante la introducción de la revolución científica que los descubrimientos en física cuántica concernientes a las teorías de Eistein y Heisemberg, entre otros, aportaron al pensamiento científico contemporáneo, y gracias una revisión profunda sobre las premisas de la relatividad y la probabilidad que trajeron consigo las indagaciones en cuanto a las propiedades de la luz y la mecánica subatómica, es posible elaborar una presentación preliminar a esta escuela de la psicología que instaura una nueva perspectiva respecto a la conciencia, permitiendo abordar fenómenos antes sólo concebibles mediante una concepción patológica de los estados psíquicos.
La repercusión de la psicología transpersonal en el amplio campo académico y operacional de esta amplia disciplina que es la psicología, puede considerarse positiva, en tanto devela aspectos del ser humano que habían sido relegados a la dinámica de lo anómalo en el psiquismo. La exploración de nuevos paradigmas para la mirada de la conciencia, propuesta por esta teoría, además de abrir mayores posibilidades al cuerpo investigativo que funda la indagación de los procesos mentales, incurre en facetas de lo humano que determinan su posición frente a la realidad y sustentan también un sinnúmero de facultades y disposiciones que van más allá de lo francamente funcional, abarcando tanto experiencias pre y perinatales como la función espiritual, prefigurada ya desde la psicología profunda de C.G Jung. De este modo, el mayor logro de esta postura teórica, puede decirse que consiste en hacer converger, mediante un sutil método de inducción, a la posición radical de la ciencia racional positivista con la visión metafísica del mundo, sin que con ello se pierda la rigurosidad en el manejo de conceptos y proposiciones propias del método científico.
El acercamiento a las posibilidades de percepción adquiridas mediante la inducción de estados de conciencia diferentes de los habituales, y la aproximación  a fenómenos experienciales comparables sólo a los proferidos por el inconsciente, tales como la emergencia de las imágenes arquetípicas o la vivencia de estados incompatibles a los originados bajo las categorías del espacio-tiempo cartesianos, facilitan la comprensión de la complejidad de la psique y de las múltiples posibilidades que esta tiene de relacionarse con la materia y de aprehender lo que se encuentra tanto fuera como dentro de sí misma.

El enfoque integrador de la psicología transpersonal

Debido a que tanto las experiencias particulares de un individuo, así como su reacción frente a las mismas y lo que como aprendizaje deriva de ellas, es en todo caso algo que difiere significativamente de la posición de otro sujeto en particular y más aun de todos los individuos en general, la psicología ha encontrado, a pesar de tener claro este asunto, limitaciones en cada una de sus corrientes y escuelas, al tratar de englobar dentro de un marco teórico especifico, la totalidad de las comprensiones y explicaciones del comportamiento humano.
Es claro que las diversas escuelas enfatizan sus enfoques explicativos desde la predominancia de alguno de los aspectos del ser humano, que consideran pueden comprender dentro de los presupuestos y premisas teóricas como un objeto de estudio que abarca diferentes ámbitos de la naturaleza del psiquismo, sin embargo a cada una se le hace entonces ineludible el profundizar en un estadio aislado del ser para facilitar su acercamiento a las múltiples expresiones del acontecer psíquico. Por tanto ya sea a partir de la cognición, de la percepción o de los mecanismos inconscientes, pasando por las etapas del desarrollo evolutivo desde la infancia hasta la edad adulta, ninguna de las corrientes o escuelas en psicología podrá dar cuenta por completo del vasto campo que la psicología como fenómeno constituye.  De este modo, lo que Stanislav Grof resalta en su texto, en el capítulo 3, es que se hace preciso para esta ciencia o tratado de la psique, expandir sus horizontes, intentando contemplar en lo posible desde un enfoque ecléctico todo lo que corresponde al campo de lo psíquico, desde la conciencia hasta el inconsciente, atravesando los distintos procesos que entran en juego, tales como lo cognitivo, lo perceptual, lo experiencial, lo emocional, lo afectivo, lo relacional, lo social y lo espiritual.
Con esto claro, en el recorrido que realiza Grof por algunas de las posturas teóricas, comenzando por el psicoanálisis, resalta la ausencia de concepciones determinantes para la comprensión de muchas psicopatologías o desviaciones, que se dan a raíz de la falta de introducir dentro de ellas la importancia de las experiencias perinatales. Al interior del psicoanálisis es relevante, por ejemplo, la puntualización que Grof hace respecto a la carencia de lógica que se encuentra en las aportaciones referidas al reconocimiento por parte del infante de experiencias positivas o negativas en la etapa oral; en otras palabras cuestiona la imposibilidad de pensar en las implicaciones que a nivel psicológico tiene la experiencia altamente traumática del parto, como en el caso de la sensación de aniquilamiento debida a la “vagina dentada”, ello a pesar de haber tenido en cuenta la posibilidad de angustias derivadas de una relación traumática con el “pezón malo” o “erróneo”, por ejemplo.
En la teoría de Reich, el autor encuentra ya un acercamiento al punto de vista de la teoría transpersonal, aunque con grandes distanciamientos, sobre todo por la priorización que este da al manejo de la energía sexual, según la cual, a través de una correcta tramitación de la misma es posible alcanzar el despliegue de la potencialidad de la energía u “orgone”, consistente en la satisfacción del orgasmo completo, que permite liberar la energía reprimida gracias a las limitaciones impuestas por la cultura.  A pesar de que Reich tenía una postura ciertamente muy cercana a la visión holográfica del universo y a los recientes descubrimientos y postulados de la física cuántica, en tanto el orgone constituye la fuente y fin últimos de toda manifestación de la energía y por tanto de la vida, así como de toda motivación que la instituye, no tuvo la suficiente agudeza como para presentir allí lo relativo a las experiencias perinatales y su importancia en la psicopatología y demás expresiones de la complejidad de la vida anímica del ser humano. Pero al proseguir su exploración de los aportes de la teoría psicoanalítica y sus derivadas, Grof encuentra un representante cuyo esfuerzo de indagación y producción teóricas se acercan más a los postulados de su investigación con LSD, que dieron lugar a las matrices perinatales básicas como conjuntos de experiencias o COEX que pueden describir con asertividad muchas de los conflictos que posteriormente originan psicopatologías o dificultades en la funcionalidad de las personas; en Rank, pues, Grof encuentra ya un constructo teórico que tiene en cuenta con mayor profundidad que sus antecesores o contemporáneos la importancia de las experiencias perinatales, sin embargo le hace falta a su teoría la introducción de lo transpersonal como determinante también en el desarrollo óptimo de las potencialidades del ser humano, ante lo cual Jung responde en sus formulaciones teóricas con mayor acierto y atino.
Ahora bien, dentro de la indagación que Grof realiza al interior de las psicoterapias y teorías humanistas, hay particularmente un énfasis en lo referido a la importancia de la fisiología o la focalización hacia la conciencia sobre el propio cuerpo y las emociones en el aquí y el ahora, lo cual limita la posibilidad de abrirse a la re-experienciación de momentos o etapas críticas, así como a nuevas formas de experiencia ya no referidas al pasado sino hacia lo atemporal, como aquellas producto de la conciencia transpersonal. Sin embargo, al adentrarse más en la exploración por esta escuela de la “tercera potencia”, Grof encuentra que en efecto tiene muchas relación con lo esperado y obtenido en una terapia transpersonal, pues los enfoques a la modificación de conductas siempre conllevan un cambio psicológico, así como la eliminación de bloqueos psicológicos tienen importantes repercusiones de orden positivo a nivel físico. Además de otras razones, en suma la terapia gestáltica se aproxima a la propuesta del autor, dejando de lado que no tenga en cuenta las etapas perinatales y lo transpersonal, pues en general sus objetivos y alcances son bastante similares, apuntando a la experiencia del paciente como base fundamental del tratamiento.
Entretanto, la postura más cercana a todas las descritas y exploradas por Grof es la de la psicología analítica de Jung, por cuanto involucra la estimación del terreno de lo espiritual que caracteriza la psicología transpersonal, dando un lugar preponderante a las experiencias relacionadas con la emergencia de arquetipos, acontecimientos acausales entendidos como eventos en que se manifiesta la sincronicidad, así como fenómenos que dan cuenta del inconsciente colectivo o de la conectividad de la psique individual con la esfera de lo cósmico o lo divino. No obstante, uno de las inconsistencias que Grof encuentra con la teoría junguiana es la falta de una referencia, a pesar de su indagación y familiaridad con la filosofía oriental, a temas como la reencarnación, además de la indiferencia frente a la importante incidencia de las etapas perinatales al interior de su teoría.
Por último, para Grof, Assagioli es, en su crítica al psicoanálisis clásico y en su introducción de las diferentes facetas del inconsciente, quien abre una posibilidad mayor a lo referido en el texto, en tanto tiene en cuenta, más allá del inconsciente colectivo, otros campos que ayudan a comprender las experiencias perinatales y transpersonales que afloran en la terapia con LSD, u otras terapias experienciales. En definitiva, al igual que a la teoría de Jung, una distancia aún mayor es aquella por la cual ambos teóricos no integran dentro de sus sistemas descriptivos y terapéuticos la relevancia que los fenómenos somáticos adquieren dentro del proceso de un tratamiento psicoterapéutico que involucre tanto lo biográfico como lo espiritual y desde lo individual hasta lo colectivo.
Pues bien, en referencia al método alternativo e integrador que propone Grof para una psicoterapia profunda completa, la perspectiva holística es la mejor opción en tanto alberga los puntos de vista teóricos mencionados, que incluyen tanto las experiencias del individuo referidas a los campos de lo biográfico y lo biológico, como lo perinatal y lo transpersonal, introduciendo para tal fin el abordaje de lo experiencial tanto desde la interacción con el paciente a partir de verbalizaciones que incluyan la racionalización, así como de métodos que den cabida a lo puramente fenomenológico y experiencial; de esta manera entonces es posible no sólo abordar aquello que emerge desde el inconsciente, con mayor o menor grado de represión y con indiferencia de su ligazón a lo sexual o a las demandas de reconocimiento o éxito por parte del yo, sino también aquello que está en relación con los ámbitos de lo suprapersonal, lo motivacional, lo simbólico, lo psicosomático y lo espiritual. Sólo al integrar dentro de un sistema terapéutico todos estos aspectos del ser humano, obviamente bajo fundamentos de una teoría que lo mire de un modo holístico y complementario, será posible acercarse no solo a una episteme de sus conflictos más profundos, sino también ofrecer a ellos un modelo sistémico de resolución, con miras al progresivo desarrollo de una ciencia de la psique capaz de sostener en sus postulados todo cuanto sustenta la naturaleza del ser humano como ser integral.      
Desde esta perspectiva, lo que en los manuales de diagnóstico psiquiátrico aparece como síntomas propios de una u otra patología, son pues manifestaciones de la diversificación de alguno de los dos polos de la naturaleza humana: uno ligado a la esfera de lo personal, corporal y espacio-temporal; el otro relativo a lo que trasciende eso personal y da cuenta de experiencias y conexiones acausales, atemporales y simbólicas, que pueden dar lugar a la identificación con el todo, haciendo del individuo un ser conciente de su pertenencia a lo universal como algo dinámico que involucra  todo lo existente dentro de su sistema complejo de eventos y significados.  
 






El texto presentado a continuación es una monografía elaborada como trabajo final para un diplomado en psicología holística, y pretende articular diferentes teorías cuyo interés en común es la indagación sobre aquello que trasciende la esencia psíquica y corpórea del ser humano.

 

La constelación del ser: aportes a la psicología holística desde una concepción del ser a partir de la introspección.


1.    GENEALOGIA DEL SER
Probablemente la primera pregunta que da cuenta de una profunda conciencia de sí es aquella que se refiere justamente a la pregunta por sí, por el ser: ¿Quién soy? Y es también la que más difícilmente encuentra respuesta a lo largo de la vida, pues solemos decir que un niño ya comprende quién es cuando atiende al llamado por su nombre, o cuando identifica su figura en el espejo y sabe que es él y no otra persona; sin embargo, aun como adultos nos es difícil, a pesar del incremento de nuestra conciencia respecto de nosotros mismos, dar una respuesta acertada a esta pregunta. Cada vez se nos complejiza más en tanto nos percatamos que no es la familia de la que venimos la que nos hace peculiares, ni nuestro nombre, ni lo que hemos estudiado, ni la profesión u oficio que ejercemos, ni las virtudes o defectos que nos caracterizan, ni cualquier grupo específico del que hagamos parte, ni la religión bajo la que hayamos sido bautizados, ni nuestro estado civil, ni los bienes que poseemos; es todo esto en conjunto, pero hay algo más. Y ese algo más podría nombrarse como la esencia, el espíritu, el alma o eso divino que en todos subyace, más allá de que no sea posible encontrar para ello una explicación científica o una demostración fenomenológica.
Sólo nos es posible percatarnos de la existencia de esa esencia a través de la experiencia y esta no concierne al campo de la conciencia en su estado habitual. Por eso es preciso acudir a estados de conciencia superiores en los que se trasciende de aquellas percepciones por la vía de los sentidos, tal y como las experimentamos en la cotidianidad, en otras palabras, es necesario alcanzar otros estados de conciencia para lograr discernir lo relativo a tal verdad incuestionable respecto a eso que nos define en tanto ser. Y ese discernir no confluye con la conciencia habitual precisamente porque no es una comprensión del orden de la razón, de lo intelectual, sino más bien de lo trascendente, espiritual, de lo que se encuentra al margen de lo cognitivo.  
En su individualidad, cada persona cuenta, para justificar cada una de sus motivaciones y conductas, de sus elecciones y comportamientos, de sus pensamientos y sentimientos, con un cúmulo de experiencias pasadas o vivencias de la infancia, la adolescencia o características de sus padres y del medio en el que creció. Sin embargo, todo lo anterior es sólo una porción de lo que puede explicar el por qué o los antecedentes de tales hechos, y con ello no se está negando la importancia o influencia de los mismos, pues evidentemente todos esos factores inciden en el desarrollo de la personalidad; pero hay algo que se escapa a la explicación del fundamento u origen de la particularidad de la forma de ser, el carácter o lo que permite definir y describir a una persona. Ese algo se encuentra en la profundidad del alma y es algo que atañe a la indagación respecto al inconsciente, para lo que Jung halló como solución la exploración de un nivel de éste que encerraba en sí algo colectivo, algo que todos los seres humanos poseemos incluso antes de que entren en juego todos esos determinantes biológicos, ambientales, familiares y sociales que configuran la personalidad. Este inconsciente colectivo está conformado por arquetipos y son ellos los que permiten definir los contenidos que subyacen a la conciencia y al inconsciente individual.  Los arquetipos pues, son los elementos que componen este sustrato del inconsciente y aluden a representaciones universales de cuestiones igualmente universales y primordiales para la existencia del ser humano de cualquier época y ubicación geográfica, es decir, son  asuntos básicos que se presentan en todas las personas en las diferentes etapas de la vida y tienen que ver, o están en relación directa, con este tópico de lo esencial.
El principal de los arquetipos es el Sí-mismo, que es quizá aquel que con mayor asertividad puede explicar los fenómenos de experiencias espirituales, que trascienden los estados de conciencia de sí que regularmente se experimentan en relación con el sentir, ser o estar, y son estados en los que, por el contrario, aparece una conciencia de un sentir y ser superiores, en conexión con todo lo existente, con la naturaleza, con el cosmos, con el universo; un estado de armonía profunda con todo “lo que es”, de comunión con Dios, de suprema entelequia, en donde los sentidos y el cuerpo poco o nada tienen para aportar a tal entendimiento.
Todas las religiones del mundo convergen en que el sentimiento más noble y sublime que el ser humano puede experimentar y que de alguna manera se acerca a lo que es Dios, es el amor, pues a través de él es posible experimentar otros sentimientos como la compasión y el perdón y con ello armonizar con las demás personas, a la vez que sentir paz. Esto está en relación con lo que la psicología transpersonal e incluso otras corrientes y disciplinas afirman respecto a la importancia de sentir y estar rodeado de un ambiente afectivo, de llamar lo positivo y dejarse envolver por ello. Así que, en definitiva, todo lo que trasciende en un sentido benéfico lo sensorial, lo corpóreo y facilita la manifestación de lo espiritual y anímico, es algo que compete a la psicología, en tanto afecta de cualquier modo el comportamiento y el razonamiento de las personas, esto sin nombrar lo referente a la actitud y el establecimiento de relaciones, que obviamente también determina la posición del ser frente a sí mismo, de la misma manera que frente a otros.
Ahora bien, este acercamiento de la psicología al terreno de lo espiritual no sólo es válido sino que además es imperativo, porque se ha visto que en ciertos momentos críticos que las personas atraviesan en algunas de las etapas más cruciales del desarrollo, encuentran su resolución con la vivencia de experiencias extrasensoriales que están ligadas a la trascendencia del ser, de la persona, conduciendo a reflexiones, e incluso muchas veces sin ellas, a lo que se ha llamado epifanías, brotes de un gran saber que de manera espontánea aparecen en un estado lejano a la conciencia y que parecen ser enunciados por un ente superior, como susurros que vienen de una vos de dentro que revela algo hasta el momento ignorado pero que parece ser vital para continuar la existencia de manera significativa. Para llegar a ello, a ese saber, se han trazado algunos caminos que facilitan la adquisición del mismo, muchos de tales caminos se encuentran en diversas doctrinas  religiosas o espirituales, tanto de oriente como de occidente, sin embargo la psicología a aportado su alternativa mediante la propuesta de la exploración e indagación en los sueños y otras manifestaciones del inconsciente, pues allí es posible observar verdades y saberes que, además de ser desconocidos por la conciencia, son también modificadores de malestar, son algo así como experiencias reveladoras de aquello que cura el dolor o la impavidez del alma. Son saberes movilizadores y transformadores que cumplen la función no sólo de develar algo desconocido, sino que, y aun más importante, permiten continuar la vida a través de una nueva mirada que convierte todo lo percibido y lo experimentado en algo profundamente renovador.
Gracias a lo anterior, ha sido posible saber que el ser es un sustantivo, o mejor, un sistema complejo y difícil de definir, en el que intervienen e interactúan múltiples microsistemas y elementos que no están aislados unos de otros, sino que por el contrario actúan en función de un núcleo, que a su vez extiende hacia ellos una red, que los mantiene en interconexión, y esa red es lo que se ha llamado aquí esencia, alma, espíritu: es esto lo que permite y posibilita la existencia y el sentido del sistema; sin embargo, cada ser no es totalmente independiente, su genealogía está dada por la existencia de todos los demás seres, de todos los sistemas existentes, que también se encuentran anudados a dicha red de sentido, lo que genera un macrosistema cuyo sentido no es otro que el sentido mismo de la esencia del ser.
Necesariamente al hablar de genealogía debemos referirnos a la historia; pues bien, la historia del conocimiento del ser nos dice que, en principio, las comunidades de nuestra especie lograban armonizar tanto como sociedad, como con el ambiente que les circundaba, a partir de una regla implícita que Levy Bruhl llamó Participación mística, bajo la cual las sociedades primitivas daban sentido a cada acontecimiento, encontrando en él una manifestación de lo sagrado, de lo sobrenatural, en la que la individualidad se desdibujaba, dejando lugar a lo colectivo como esencia del ser: todos los miembros de la sociedad eran uno sólo y aunque alguno pudiese ser en cualquier momento el testigo directo del acontecer místico, el hecho repercutía en todos y con ello todos testificaban y legitimaban lo ocurrido como sentido y verdadero. Con el desarrollo de sociedades cada vez más civilizadas esta alma colectiva fue desapareciendo paulatinamente a medida que se incrementó la aparición de roles jerárquicos cuyas funciones específicas originaron rupturas al interior de la común-unidad, sin embargo nunca pudo ser totalmente abolida esta necesidad de unificación de los grupos o masas, puesto que su poder aún se evidencia en diversos modelos de pensamiento como las ciencias, las religiones y los movimientos políticos, por dar algunos ejemplos. Ni siquiera la época de la ilustración, con todas sus desavenencias acerca de lo místico, pudo opacar el hecho, ya reiterado por Freud, de que el ser humano por naturaleza lleva intrínseca esta tendencia a adjudicar los hechos al orden de lo sobrenatural, aunque sea en una etapa muy temprana de su desarrollo cognitivo, caracterizada por el animismo y la atribución de fenómenos mágicos a lo que de otro modo le sería incomprensible.

2.    Entre la dicotomía cuerpo-alma

En un memorable texto de Freud, El malestar en la cultura, él nos habla de tres fuentes de displacer y padecimiento que pueden originar, cualquiera de ellas, sin importar su prioridad en la tabla de valores particular de cada individuo, un monto de angustia tal, capaz de acercarnos tanto a la fuerza de la pulsión de muerte que incluso el más cauto y prudente imaginable podría dejarse vencer por ella. Abriré este capítulo con la consideración de estas puntualizaciones, porque creo que son fundamentales para comprender lo que origina la relación implícita entre cuerpo y alma, que al mismo tiempo, a la luz de la razón, no es posible colegir.

Dentro de tales fuentes se incluye el propio cuerpo, con todos los pormenores que puede acarrear el “mal vivir” (o incluso el buen vivir con la cruz a cuestas de una enfermedad). Así mismo, otro factor ineludible del sufrimiento humano proviene del exterior, es la naturaleza misma, con todas las vicisitudes que impele sobre las especies en general; por último, y más preponderante al parecer, la otra fuente de insatisfacción y sufrimiento que carga consigo el ser humano, es la consecuencia del dolor originado por la relación con sus semejantes. Yo agregaría que es quizás la principal.

Al conocer tal certidumbre de la insuficiencia de nuestra especie para superar diversos obstáculos, no queda más que cerciorarnos de lo dependientes que somos con relación a un soporte lo idóneamente estable como para aferrarnos a su armazón a fin de encontrar sentido a la existencia, el cual paradójicamente, no es otro que nosotros mismos. Y es aquí donde es preciso volver a la antigua concepción de alma y cuerpo como uno sólo –idea desligada posteriormente por varias doctrinas filosóficas y religiosas- en la que ambos conviven, inseparables, interdependientes. La búsqueda de la armonía entre estas dos esferas sólo advino cuando comenzamos a vivir las consecuencias de separarles, más allá de la fonética y la semántica, mediante abstracciones. No quiero decir con ello que no exista una diferencia tácita entre ambos, pues es evidente que a cada uno compete la sensibilidad frente a diferentes estímulos: aunque empleamos muy frecuentemente en las metáforas frases como “me duele el alma” no existe una convergencia absoluta entre este dolor y el que se siente a raíz de una herida en el cuerpo, esto es simplemente una manera de dar a conocer aquello que ocurre en ese otro ámbito de la persona, frente al cual no tenemos más opción que referirnos con analogías. Lo que pretendo es hacer énfasis en la importancia de buscar experiencias que pongan en evidencia esa conexión, experiencias que podemos encontrar en actividades tan simples y al mismo tiempo tan sublimes como el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, tanto como en la introspección o la meditación. 

Porque lo que llamamos alma es justamente lo que sostiene y da sentido al cuerpo; porque si la conciencia proveniente de la razón, del razonar en términos de dilucidar, elaborar ideas y corroborarlas en lo empírico, la existencia corpórea no tendría más sentido que el biológico. Nuestro cuerpo obedece, algo ya harto conocido, a nuestro deseo; un deseo que subyace a la conciencia ligada a lo pragmático, un saber que se encuentra en las profundidades el alma, que como tal, anima, mueve y se escapa, al mismo tiempo de lo mecánico. En tanto el cuerpo lo es, está regido por leyes mecánicas, el alma es más de una naturaleza hidráulica, pues como el agua fluye, va y viene, y sin embargo, su fuerza es tan contundente que es imposible de apaciguar plenamente. Pero, existe una alternativa donde la distinción no es tan tajante, y precisamente por ello tenemos la posibilidad de hacer converger lo que pensamos con lo que sentimos, lo que deseamos con lo que hacemos, aunque siempre haya algo que se escape a nuestro completo dominio;  En palabras de Clarissa Pinkola:

El lugar intermedio entre los dos mundos recibe distintos nombres. Jung lo llamó el inconciente colectivo, la psique objetiva y el inconciente psicoide, refiriéndose a un estrato más inefable del primero. Consideraba el segundo un lugar en el que los mundos biológico y psicológico compartían las mismas fuentes, en el que la biología y la psicología se podían mezclar y podían influir mutuamente la una en la otra. En toda la memoria humana este lugar —llámesele Nod, el hogar de los Seres de la Niebla, la grieta entre los mundos— es el lugar donde se producen las visiones, los milagros, las imaginaciones, las inspiraciones y las curaciones de todo tipo.[1]

Considero importante resaltar el hecho de que en las últimas dos décadas varias ciencias se han ocupado del fenómeno de las enfermedades psicosomáticas, dando por sentada la existencia de una ligazón entre lo que ocurre en la psique de las personas y las repercusiones que ello tiene en el organismo biológico. Somos un sistema muy complejo en el que interactúan permanentemente varios factores, llevando a que aquello que afecta la estabilidad o el bienestar de alguno de estos, implique igualmente una afectación directa o indirectamente en cualquiera de los demás campos o en todos ellos.
Un ejemplo de lo dicho se encuentra sustentado en los diversos estudios realizados acerca del cáncer en los últimos años, indicando que la adquisición de tal enfermedad en gran medida se encuentra determinada por la predisposición no sólo hereditaria sino también psicológica, estando en primer lugar como factor de riesgo el estrés crónico, además de lo afirmado por teorías como la biopsicoinmunología y la psicogenealogía transgeneracional, para las cuales influyen de manera decisiva los pensamientos, recuerdos y episodios más relevantes tanto en relación con las disposiciones anímicas del individuo y su familia, como aquellas relativas a las patologías.  
Todos llevamos consigo, como ya ha sido dicho por muchos autores de enormes aportaciones al terreno que nos convoca, un gran peso que suspende nuestra existencia en un soporte tan perfecto, y al mismo tiempo limitante como la genética misma. Con la psicogenealogía hemos podido darnos cuenta de cuánto peso tiene en el devenir de nuestro actuar y repetir “inconsciente”, lo que nos viene de atrás, de un pasado que aparentemente desconocemos, pero que en realidad está tras de nuestras intensiones de manera muy autentificada, validada por la historia de la generaciones antecesoras a la llegada o la idea misma del deseo de nuestro nacimiento.

Hablaré de mi caso en particular por un momento. Recientemente revisé un artículo en el cual se menciona de paso la relación existente entre vivencias sofocantes de sobreprotección y el desarrollo o la adquisición de enfermedades respiratorias, específicamente el asma y las alergias correspondientes al sistema respiratorio. Según un diagnóstico que se me dio a los 2 años de edad aproximadamente, padezco asma de nacimiento, lo cual no había podido ser detectado con anticipación debido a que un médico particular de la familia daba parte del sustento a la suya gracias a mis frecuentes y extensas gripas, las cuales trataba con medicamentos que sólo lograban disminuir los síntomas superficialmente. Pues bien, luego del diagnóstico acertado le fueron dadas a mi madre todas las indicaciones relativas al tratamiento de esta enfermedad, las cuales son tan extremas que, en resumen, podría decirse que la recomendación es, en general, aislar a quienes la sufren del mundo y casi que literalmente meterlos en una burbuja de cristal, previamente desinfectada e impermeabilizada ante cualquier partícula que no contenga el aire en su composición más pura. No obstante, y a pesar de que mi madre intentó seguir al pie de la letra cada una de las orientaciones del médico, era prácticamente imposible lograr una asepsia tan radical que al mismo tiempo me permitiese seguir una vida corriente, lo que era su pretensión. Con todo, los episodios al trascurrir de los años fueron disminuyendo cada vez más notoriamente, hasta el punto de no representar ahora para mí ningún problema el padecer tal enfermedad, pues de hecho y a juzgar por mi estado de salud, ciertamente podría afirmar que ha sido evacuada de mi organismo por completo. Sin embargo, y como lo mencionaba al principio, nuestro aparato psíquico es tan poderoso que considero con certeza que el repetir esto cada vez que asisto a una consulta médica por cualquier otra causa, e incluso el que se mencione en ciertas conversaciones familiares que poseo tal patología, en algo debe influir.

Pues bien, lo único que tal vez podemos afirmar con certeza de casos como el anterior es que tras este padecimiento hay una persona que sufre, y con ello hace también sufrir a quienes le aman, pero más importante es que más allá de ese cuerpo existe un alma que lucha por vivir, por mantener mediante ese cuerpo que habita un contacto con el mundo de las ideas y de los objetos, para así poder adquirir cada vez más sabiduría.  

Cuando los sufrimientos son, más que reales (en un sentido fáctico), fatídicos e innegables desde un punto de vista psicoanalítico, puesto que la realidad de un sujeto está referida a aquello que vivencia en su interior, pero también cualquiera que sea la perspectiva desde la que se mire, es posible admitir de manera objetiva la perturbación y las alteraciones que se hacen evidentes en el comportamiento y la conducta de quien los padece. Se me podría reprochar que hable aquí de algo más concerniente al tema de la mente y que por tanto tales perturbaciones no den necesariamente cuenta de la existencia del alma, pues bien, esta discusión, aunque no pretendo darle fin, puede ser analizada por un momento.

Es cierto que al alma se le atribuye la cualidad de ser algo así como la esencia vital que acompaña al cuerpo y que, al mismo tiempo es a través de las acciones a que dan lugar las conexiones neuronales que se manifiesta y percibe la vitalidad de un cuerpo. Sin embargo, y este es un ejemplo clásico que origina innumerables controversias, el cuerpo de una persona en coma posee un sistema nervioso tanto central como periférico que carece de las respuestas esperadas frente a los estímulos exteriores, y no por ello puede argüirse que se encuentre exento de alma. Ahora bien, si, como se ha confirmado varias veces, las personas que salen de un estado de coma, pueden escuchar lo que sucede en su entorno durante este periodo, se estaría afirmando que lo que tienen en disfunción es lo correspondiente al campo de las respuestas reflejas del sistema nervioso en general, conllevando ello a iguales disfunciones en el campo motor, visual, lingüístico, etc., más no habría afectaciones en el ámbito de lo psíquico; la persona entonces puede discernir y producir pensamiento a pesar de que le sea imposible darlo a conocer. Desde esta postura entonces se podría equiparar alma con psique. Probablemente no estén muy lejos, sin embargo de lo que se habla aquí no es de un cúmulo de procesos mentales que dan cuenta de la existencia de una esencia per se, de una entelequia, sino más bien de aquello trascendente que hace parte del ser humano: es pues el punto de vista del alma en tanto espíritu. 
  
De converger con lo dicho, fácilmente se podrá estar de acuerdo con que es por ello que se nos precisa, ahora más que nunca, el ser conscientes de cuánto poseemos en el interior, pues es indiscutible que nuestro cuerpo bajo algún evento sucumbirá; lo importante es saber que él está sujeto no sólo a nuestra mente, pues más allá de ella, el alma tiene un lugar donde albergar, con sosiego y regocijo, todo aquello que el cuerpo disimula o avergüenza. En efecto, y lo siguiente es producto de una exploración por los caminos de las posibilidades de verdad psíquica que se ampliará más en el próximo apartado, nuestro compromiso debe ser profundizar cada vez más en el sentido de nuestra existencia, tomar conciencia de todo cuanto hacemos y de los porqués que le acompañan; indagar siempre más dentro de nosotros mismos, porque nuestra alma se manifiesta en nuestro cuerpo y sus verdades buscan formas de aparecer en él, ya sea bajo símbolos, ya como fieles transliteraciones de lo que le adolece.



3.    Nueva trascendencia de la conciencia


A principios del siglo XX, con la aparición del psicoanálisis, una nueva verdad salió a la luz, al ser reconocida otra parte de la psique, antes ignorada, en cuyos cimientos se encontraba la lógica por la cual se desarrollaban un sinnúmero de situaciones vividas por las personas. La premisa del inconsciente rezaba que, a pesar de ser parte importante de la totalidad de la psique, sus contenidos distaban en mucho de ser consabidos por su propietario y, en cambio, eran por completo ajenos a su consideración, en tanto, sin embargo, participaban de manera protagónica en el proceso de elección y toma de decisiones en casi todos los eventos  preponderantes de la vida anímica, social y sexual.

Pero, aunque al poco tiempo de ser dada a la luz la proclamación de esta propiedad de la psique logró una enorme acogida por parte de los especialistas en el tema, el interés se centró tanto en continuar la indagación respecto a sus posibilidades, que llegó a menguar de modo considerable la contrapartida por la exploración de la conciencia y sus alcances. Tuvo que transcurrir algún tiempo para que de nuevo la mirada de la psicología se volviera hacia los igualmente inmensos terrenos que abarca la conciencia, no sólo en tanto instancia de la psique, sino también y aun más, en tanto apertura y posibilidad de ampliación para los sentidos y la percepción del ser como tal.

La importancia de la ampliación de la conciencia que actualmente se promueve, radica en el hecho de permitir una confrontación de lo que podemos percibir en el afuera, tanto de los demás como de nosotros mismos, con lo que se encuentra oculto bajo los intereses personales incluyendo aquí las necesidades biológicas o sociales. En las últimas décadas esta nueva mirada hacia la trascendencia de la conciencia ha tramitado varios caminos, desde el arte hasta la espiritualidad. Vamos a hacer una breve revisión de los mismos para indagar en el por qué de este énfasis en al campo de la psicología específicamente.

Desde la vertiente de las teorías analíticas profundas, la investigación en cuanto al cuerpo y su importancia en la toma de conciencia respecto a múltiples problemáticas tanto sociales como personales fue tomando cada vez más fuerza, convirtiéndose, por ejemplo el sociodrama y el psicodrama, en herramientas y modelos terapéuticos de gran valor y eficacia, debido su facultad para reunir aspectos cruciales de uno y otro campo: el cuerpo y la psique.  Con la formación de movimientos y grupos encaminados a explorar esta alternativa, fue incrementándose la investigación en torno al cuerpo, a los ritmos que este maneja y su relación con todo tipo de enfermedades, temas como la regulación de la respiración y su incidencia en el nivel de conciencia, el manejo de las partes del cuerpo y las motivaciones inconscientes del sujeto que están ligadas a los mismos, etc., tuvieron gran acogida. Con estudios como estos, ha sido posible ratificar la estrecha conexión que existe entre el modo de pensar de un sujeto, su modo de verse a sí mismo, de sentirse, de escucharse y, finalmente, el modo en que se desenvuelve en el mundo o establece relaciones con otros. Ahondemos un momento en una de estas propuestas terapéuticas mencionadas, con el fin de encontrar aquello a lo que se dirige.
El psicodrama consiste en invitar a los integrantes del grupo a interactuar con los demás mediante dramatizaciones en las que se representan actitudes o tendencias sintomáticas de uno o varios de los participantes, permitiéndoles personificar un rol que corresponda o sea opuesto a la posición estructural en cuestión, pero que ante todo deje lugar a la expresión de dificultades afectivas o sentimientos displacenteros, con el fin de canalizarlos por la vía de la representación y la comunicación. Este método de intervención se basa en diversas teorías posfreudianas, estableciendo así, según el caso, objetivos antropológicos, pedagógicos, terapéuticos o analíticos. Y parte de la premisa de que el juego estructurado contiene el elemento simbólico necesario para que se desplieguen lo afectivo y lo lingüístico que rigen la vida psíquica del ser humano. Lo que permite la “realización simbólica”, es decir, el efecto de una internalización de los símbolos que hay en juego en la representación dramática, es el lenguaje, con toda la potencialidad y capacidad de comunicación que requiere tanto en el desenvolvimiento cotidiano del sujeto como en el espacio del análisis.
Jacques Dropsy, en conjunto con varios colegas y colaboradores, elaboró no sólo una propuesta terapéutica sino también todo un constructo teórico que respalda el empleo de técnicas dramáticas junto a la aplicación del método analítico, para el tratamiento de un sinnúmero de fenómenos sintomáticos. Muchos de estos postulados parten de fuentes muy variadas, hallándose entre ellas algunos principios de las doctrinas filosóficas orientales, así como de bases neurológicas de la conducta, teorías relacionales, planteamientos de la física acerca del concepto de espacialidad y temporalidad, hasta encontrarse con aportes de la medicina alternativa y la bioenergética.
El pilar de esta teoría radica en una concepción integral del ser humano como un compuesto corporal y espiritual, a lo cual se adecuan en perfectas condiciones la postura epistemológica del teatro y las artes escénicas en general, cuando exponen su consideración sobre el perfil idóneo del artista, esto es, que logre una absoluta coordinación y armonía entre mente y cuerpo para que resulte de ello un equilibrio total entre las dos esferas. Tal dominio es posible mediante el empleo de diversas técnicas de relajación, concentración y ejercitación, tanto físicas como psíquicas; entre ellas se cuentan la respiración, la actitud postural, el manejo de los estados de ánimo, la promoción del pensamiento analítico, el control de los movimientos en el espacio y el manejo de los ritmos en el tiempo, además de otras.
En suma, Dropsy está de acuerdo con lo tratado aquí, cuando parte de la afirmación de que el ser humano ha perdido cierta característica dinámica al unidireccionar sus potencialidades hacia la productividad económica y científica. Con sus palabras:
“[...] el ser humano podrá retomar, creemos, su perdida integración a través de y por la conciencia de sí y la libertad que le son propias. Únicamente la realización total y, luego, el rebasamiento de esta libre conciencia de sí mismo, nos permitirán el reencuentro, pero en un nivel mucho más elevado, con lo que perdimos en armonía cuando saboreamos el fruto de ese “árbol del conocimiento”.” [2]
La importancia que radica en estas propuestas es la capacidad de ligar, mediante el arte, es decir de manera sutil, el cuerpo y la mente, buscando una armonía entre ambos que produzca la agudización de la conciencia del ser en todos los sentidos: espacial, temporal, psíquico y espiritual. Sin embargo, esta no es la única vertiente del arte que se ha empleado con tal objetivo, pues sabemos que las imágenes han sido siempre el medio por excelencia para plasmar aquello que en la conciencia y el inconsciente del ser humano, durante siglos se ha movilizado y le cuestiona.

Así, la pintura ha sido también utilizada como fuente de emancipación para varias psicopatologías, más específicamente las psicosis y las esquizofrenias. En ella, el enfermo encuentra una manera de dar a conocer aquello de que se ocupa su psique, sirviéndose del lenguaje de las imágenes para representar y representarse el mundo. Como afirma Fuchs:

“El artista sabe cómo llevarnos – como observadores al menos – hasta el umbral de su extraño mundo vital y hacernos atisbar allí algo de la fragilidad de la existencia humana. Percibimos la lucha desesperada del enfermo por reconquistar su propia identidad y su antiguo orden perdidos. Una lucha agónica que el paciente esquizofrénico consigue trasmitir en el mundo cerrado de una pintura mejor que en la vida real; de este modo, recupera mediante la creación pictórica, siquiera sea por un valioso momento, su libertad de acción.” [3]

Sin embargo su sentido no tiene que ser únicamente curativo, pues se ha visto cómo permite conectar a las personas consigo mismas en momentos que distan en mucho de ser patológicos o negativos, como sucede en aquellos casos en que el sólo apreciar una obra de un gran artista, suscita en nosotros sentimientos sublimes de alegría, paz, e incluso amor.  
Tampoco puede negarse la incidencia de la música en los estados de ánimo en el campo personal, social, biológico y espiritual. De la misma manera que las artes plásticas y las dramáticas, las artes líricas han sido empleadas como herramientas terapéuticas e incluso como impulsadoras de estados de conciencia superiores; la música, por ejemplo, es un importante recurso para los programas de estimulación temprana. Varios experimentos se han realizado para sustentar el efecto de la música como estímulo sensorial, uno de ellos practicado con plantas, estableció que la música más suave puede alterar el crecimiento y el desarrollo óptimo de la planta, debido a que influye en el ritmo que regula los procesos orgánicos, mientras que la música más fuerte les aceleraba de manera positiva el metabolismo dinamizando el flujo de energía. Sin miedo al error se afirmará que la música, utilizada en tiempos antiguos para comunicar al hombre con los dioses, es ahora en nuestros tiempos uno de los medios predilectos para inducir, e impulsar que se deriven de ella misma y su esencia, estados de ánimo y expresiones del sentimiento que se acercan más a la naturaleza del alma que a las emociones del cuerpo.
Es por esto que en la psicología holística, la música se considera un elemento importante que facilita la relajación y estimula otros sentidos, avivando la imaginación, conectando el cuerpo y la mente con realidades de la conciencia que difieren por completo de las habituales y que, por el contrario, nos conducen a un mundo donde todo es posible; un mundo donde todos somos parte de todo y compartimos esencia y naturaleza con todo lo demás existente.
Tenemos pues ahora este llamado a indagar, valiéndonos de diversas técnicas y teorías, en las profundidades de nuestro ser; el conocimiento conciente de lo que hacemos, pensamos, sentimos o decimos en determinado momento, es una fuente invaluable de crecimiento espiritual, pues debemos comenzar por familiarizarnos completamente con este cuerpo físico que ocupa nuestra alma para luego comenzar a comprender cómo es que ella se comunica en ocasiones con nuestra conciencia a través de él. Somos mucho más que nuestro cuerpo, e incluso mucho más que la conciencia de ese cuerpo, pero sin relacionarnos estrechamente con ellos no podremos acceder a otros conocimientos aún mayores. El trascender los tópicos físicos de la realidad más cotidiana como el espacio-tiempo, el dolor, el hambre, en términos de ser siempre concientes de lo que sentimos y hacemos en un grado más elevado, nos servirá para desarrollar una conciencia aún mayor y más valiosa, que es aquella que nos permitirá saber qué somos.



4.    Implicaciones de un autoanálisis (introspección)


para comenzar, es preciso tener en cuenta que no podría rodearse este tema sin hacer remisión al importante lugar que ocupa la palabra dentro del engranaje de la comprensión del ser, pues sin ella, según nos lo dice la historia, no es posible remitirse a ningún concepto, mucho menos entre más metafísico sea este.
No obstante, la palabra no cumple tanto una función aclaratoria en este aspecto, como sí una limitante, desarrollaré este tema a continuación de una brevísima exposición sobre la historia del autoanálisis y la introspección en tanto métodos.

Todo ser que se interese por conocer tan a fondo como sea posible la naturaleza del psiquismo, se verá obligado a indagar dentro de sí mismo, puesto que es la única vía posible para penetrar en la esencia de otros, porque es sabido que en tanto especie, todos los seres humanos compartimos las mismas virtudes y potencialidades y, excepto por unas cuantas salvedades, ya sea por exceso o por defecto, todos poseemos las mismas posibilidades de pensamiento y acción. Así pues, la introspección se nos muestra como la mejor opción para averiguar aquello que está en el trasfondo de la mente y el comportamiento humano. De esta manera, al ser la psicología una ciencia interesada en los procesos mentales, tuvo que comenzar por hipótesis planteadas a partir de fenómenos descubiertos por los investigadores a través de la observación de sí mismos y de allí surgió la introspección como vía para la postulación de leyes o principios.

Desde los inicios del psicoanálisis, lo que Freud trató de instaurar como constante y condición en la formación de analistas fue justamente el pasar por un proceso de descubrimiento de las razones que impulsaban determinadas disposiciones y actitudes, con el fin de desenmascarar lo que bajo el significante, es decir, la palabra, se encuentra. Y muy a pesar de ello, Freud fue probablemente el único de los analistas que lo ha logrado a saber, puesto que fue el fundador de dicha disciplina, y por lo mismo ni siquiera está a nuestro alcance el comprobar o colegir que tan fructuoso o plausible haya sido tal análisis de sí mismo, en tanto implica un gran rigor en la forma de relacionarse con los propios contenidos; lo que nos merece es recocerle el hecho de ser el primero en poner a prueba y desafiar las imposiciones mismas bajo las cuales se circunscribió su formación, pues tal esfuerzo se dio lejos de lo ordinariamente concebido en su época, y por tanto puede ser considerado como un acto heroico en favor de la psicología.

Gracias a la perseverancia de Freud frente a su objetivo, esta ciencia pudo abrirse campo a otros modelos de investigación igualmente válidos como los llevados a cabo en laboratorio, y a raíz de ello, la introspección es valorada como uno de los métodos pertinentes -si se hace conforme a las leyes que la regulan- para conocer lo que sucede al interior del psiquismo. Antes de adentrarnos en las implicaciones de un autoanálisis como tal, veremos cuáles son estas leyes, comenzando por la definición misma del término:

La introspección o inspección interna es el conocimiento que el sujeto tiene de sus propios estados mentales. Los requisitos para que se dé la introspección son los siguientes:
  • que sea conocimiento referido a los estados mentales;
  • que los estados mentales conocidos sean los del propio individuo que realiza la introspección;
  • que dicho conocimiento no sea indirecto, sino inmediato.
[…] tiene como fundamento la capacidad reflexiva que la mente posee de referirse o ser consciente de forma inmediata de sus propios estados. Cuando esta capacidad reflexiva se ejerce en la forma del recuerdo sobre los estados mentales pasados, tenemos la llamada "introspección retrospectiva"; pero la introspección puede ser un conocimiento de las vivencias pasadas y también de las presentes, de las que se dan conjuntamente y en el presente.

El mentalismo clásico ha utilizado la introspección como el método más adecuado para acceder al mundo psíquico. El psicoanálisis en la forma de introspección retrospectiva y la psicología experimental de Wundt la introspección de las vivencias actuales.
La introspección ha sido sustituida en psicología por el conductismo metodológico básicamente como consecuencia de las siguientes críticas:
  • la introspección no es un método público;
  • presenta los resultados de los procesos psíquicos pero no dichos procesos;
  • parece que la reflexión introduce elementos que desvirtúan la propia vivencia a describir.[4]
Pues bien, encontramos ya al final de esta cita una de las principales diferencias entre el método de la introspección y lo que es un autoanálisis: la introspección no puede dar cuenta de los procesos psíquicos que subyacen a los resultados obtenidos por su medio, en cambio, el autoanálisis puede verificar mediante asociaciones si, como la teoría lo afirma, hay algo del orden del significante que opera a través del inconsciente como una ley a partir de la cual se regula todo cuanto el sujeto hace u omite.

Con lo anterior entramos, ahora sí, a un tema que aunque merece mucha más extensión y agudeza para ser desarrollado, será aquí tratado mínimamente en tanto determinante y condicionante de una introspección, al igual que de un autoanálisis: el lenguaje.

Sabemos que no es posible adentrarnos en nuestros propios pensamientos careciendo de lenguaje, cualquiera que sea su variación. Se ha mencionado ya anteriormente que las imágenes son el lenguaje con que el inconsciente se comunica con la conciencia, sin embargo cuando se trata de colegir aquello que en nosotros actúa como un motor o que interfiere en las decisiones que tomamos, e incluso al momento de hacer asociaciones con eventos ocurridos en el pasado, generalmente aparecen referencias al lenguaje verbal: palabras o fonemas y hasta frases que retumban en nuestra memoria, que hacen alegoría a algo significativo.
En este sentido, el lenguaje puede verse como condición a priori para el propósito de la indagación en el propio aparato psíquico y, más aun, es condición ineludible para la exposición de las conclusiones y premisas a que es posible llegar luego de tal intensión; de otro modo nos hubiésemos quedado sin la posibilidad de argüir o refutar aquello dicho por otros respecto a los alcances de la psique.

El hombre primero trata de entender el mundo y los fenómenos que lo circundan, para luego comprenderse a sí mismo, y en este sentido, la palabra puede aportar tanto como la imagen, ya que confiere de manera simbólica el poder de abarcar todo cuanto rodea al ser humano. No obstante, la palabra puede carecer aquí de una función que la imagen con mucha ventaja supera en posibilidad de evocación; como ya se había dicho a inicios del apartado, la palabra posee un limitante, y este tiene que ver con lo alusivo al sentimiento. Nuestro idioma, en particular, puede poseer numerosas variantes para designar un mismo objeto o sentimiento, y sin embargo, por más que encontremos la forma más precisa para nombrarlo, esto nunca tendrá la misma fuerza que la imagen posee en iguales condiciones, pues le conforman numerosos factores que comparados con la melodía del lenguaje verbal, en muchas formas exceden los alcances de éste último: colores, formas, profundidad, perspectiva, textura, luz, sombra…

La imagen, insisto, es el instrumento por excelencia para comprender lo que sucede al interior de nosotros mismos, y sirve a la psique para confrontar la razón con otras realidades que se escapan de sus estadios. Es desde esta perspectiva que Jung profundizó con ahínco en los mensajes que los sueños y las fantasías nos refieren, empleando dicho lenguaje de imágenes para dar cuenta de verdades inconscientes que, además de decir de aquello colectivo frente a lo que todos somos testigos y evidencia, dice igualmente de lo individual y particular que cada quien sufre o debe tramitar y reflexionar.

En cada quien está el elegir de qué manera vérselas con los contenidos que afloran a su conciencia siempre y cuando todos tuviesen el virtuoso interés de querer ahondar en las profundidades de su alma a pesar que dicha tarea no signifique algo sencillo bajo ningún punto de vista. Porque las implicaciones de tomar este riesgo son tan drásticas como los resultados mismos, aunque representen posteriormente una ganancia insuperable. Y digo drásticas porque no ha de ser fácil el atravesar los diferentes momentos que trae consigo el reconocimiento de todo cuanto nos comprende y configura.

En primer lugar está el hecho de enfrentarse a la verdad de numerosas realidades que operan en la psique, producto de la influencia de la cultura, de la familia, de las experiencias infantiles, de los años de la adolescencia, de las adversidades de la madurez, en fin, de múltiples factores que intervienen en la persona que somos.
La confrontación con estas verdades puede conllevar crisis de identidad a causa del reconocimiento de otros deseos que habían permanecido al margen de nuestro conocimiento.

Se daría pues, posteriormente a ello, el ingreso a una fase depresiva que en realidad constituye un momento de creatividad inconsciente, la cual, siendo explotada adecuadamente, dará lugar a la expansión de la conciencia frente a saberes futuros. Igualmente esta fase representa la posibilidad de emplear de manera productiva las capacidades propias del sujeto, indagando en las necesidades anímicas y espirituales que motivan sus comportamientos y actitudes.

Superada exitosamente esta etapa, será más fácil interpretar próximas ocurrencias del inconsciente y percibir las trampas que el mismo nos interpone a cada situación, cuando, por ejemplo, nos percatamos de un lapsus. Sin embargo, esto no significa que hayamos llegado al final del proceso, en tanto todavía queda por averiguar, con mayor precisión cada vez, cuál es ese signo que ha marcado nuestra vida y el discurrir en ella.  Como se mencionaba inicialmente, uno de los principales objetivos del psicoanálisis es hallar, o más bien descifrar, el significante que inicia la cadena por la cual el proceder del sujeto se vuelve una búsqueda interminable en torno a un mismo tema. Ese significante, o palabra clave que nos funda, es el que ha de develarse finalizado el proceso de una exploración analítica de la psique. Finalmente, queda por aclarar que el proceso es cíclico, en tanto continuarán presentándose retos en esta exploración, ya que es obvio que mientras sigamos nuestro camino en esta compleja existencia, estaremos cambiando y evolucionando permanentemente y de la misma manera el conocimiento de nosotros mismos se hará cada vez más complejo. Para comprobar esto basta con decir que, sucesivamente al descubrimiento de aquello que rige nuestro pensar y actuar, estaremos obligados a enfrentarnos a algo que supera esta esfera de lo puramente objetivo y racional, así como lo subjetivo y anímico; tendremos que emprender una aventura que va más allá de los límites de la conciencia y el inconsciente en su relación, más allá del cuerpo y la mente, deberemos incurrir en el mundo de lo espiritual, de lo creativo y fecundo.

En el apartado que sigue, intentaré abordar algunos de los factores más importantes que constituyen la psique y sus problemas más esenciales, con el fin de cerrar de modo pertinente este viaje por la naturaleza del ser.


5.    Aspectos fundamentales del ser: una perspectiva analítica profunda.

Para lograr el objetivo planteado desde el inicio del texto, de emprender una búsqueda de conocimiento en torno al origen y la esencia del ser en tanto cuerpo y alma, no me queda más que recurrir a lo que motiva las producciones de la vida anímica y su sentido. Para ello ha de requerirse una introducción a las formulaciones de Carl Gustav Jung, quien se interesó profundamente no sólo por el inconsciente sino además por los distintos planos que conforman el psiquismo. Dentro de sus planteamientos se encuentra uno que es imprescindible contemplar aquí, puesto que concierne precisamente al ámbito que circunscribe el presente tema, esto es, la creatividad.
La teoría de Jung ha representado un novedoso método de incursionar y acceder a una realidad que concilia los atributos de lo material con el poder de lo espiritual. Con esto, el conocimiento profundo de los símbolos, las religiones y el arte ha de ser menester para adentrarse en una búsqueda de saber referida a los alcances del psiquismo humano. En la práctica de la psicoterapia conseguir tal saber sólo se logrará mediante una exploración de la vida anímica para lo cual un acceso viable son las imágenes y los símbolos que aparecen a través del ejercicio de la imaginación como en el arte y en los estados de emergencia del inconsciente como los sueños.

Lo dicho permite afirmar algo de gran valor y tiene que ver con que esta dirección hacia el estudio de lo misterioso, de lo profundo, del lado oscuro de la naturaleza humana, se presenta como aquello que significaría el comienzo del posmodernismo; porque el principio de la modernidad es, de cierto modo, el de “ver para creer”, en tanto la posmodernidad promovería un “creer para ver”, y es precisamente esto lo que intenta instaurar como vía para el conocimiento del psiquismo la propuesta junguiana.
Con el propósito de abordar lo que respecta al tema de la creatividad en la psicología analítica, puesto que permite establecer una relación directa con las demandas de lo espiritual, recurriré a la exposición que James Hillman hace de la teoría de los instintos desarrollada por Jung, en la cual se encuentra uno diferente a los anteriormente concebidos como propios de la esencia de lo humano, descritos ya por Konrad Lorenz en su estudio sobre la conducta animal: la alimentación, la reproducción, la agresión y la huida. Estos cuatro instintos los equipara Jung en el ámbito de lo humano a los siguientes: el hambre, la sexualidad, el impulso activo y la reflexión. Mas introduce uno nuevo al que no se había hecho referencia antes y que es de alguna manera la base de su propuesta terapéutica: el instinto creativo. Aunque Jung trato este instinto delimitándolo en su mayor parte al ámbito artístico, hacia el cual dirigió su trabajo en la psicoterapia, también consideraba, como lo dice Hillman, que jugaba un papel importante en:
“[…] el impulso de totalidad, el impulso hacia la individuación o al desarrollo de la personalidad, la pulsión espiritual, la función trascendente hacedora de símbolos y la función religiosa. En otras palabras: considera el instinto creativo propiamente dicho como el impulso del Si-mismo a realizarse. Afirma taxativamente que este impulso a la autorrealización actúa con la compulsión a un instinto. Somos impelidos a ser nosotros mismos. El proceso de individuación es una dynamis, no una cuestión de elección o algo reservado para una minoría. Y en la terapia es evidente que el instinto creativo y sus vicisitudes eran lo que tenía para él la máxima importancia.”[5]
Convoco aquí la creatividad como concerniente al campo espiritual porque, y creo que no tendré que esforzarme mucho para conseguir su avenencia, es la parte de nuestra alma que más está en armonía con la esencia de lo divino, que es lo creador más absoluto. Si nuestra alma tiene un llamado a la creatividad, que es también creación, es porque esta necesidad es la que nos pone en contacto directo con la facultad creadora en tanto entidad.
Al partir de esta clarificación acerca del rol que desempeña la creatividad en el acontecer psíquico, se plantean varias nociones posibles del concepto para la psicología analítica, que delimitan así el marco bajo el cual el sujeto ha de identificarse, según el influjo de una u otra tendencia en su inconsciente.
 De esta manera, las nociones de creatividad están divididas según la concepción de la procedencia de esta como fuente de inspiración o como instinto y es precisamente de esta última concepción de la que parte Hillman al abordar el concepto de creatividad y sus diferentes representaciones individuales partiendo de la teoría de los arquetipos y el inconsciente colectivo.
La primera de estas nociones esta ubicada en el terreno de lo masculino y orientada a una creatividad anudada a la producción, ya sea artística o científica. Es aquella que proviene del arquetipo del padre y no deja al sujeto sino en el lugar de “heredero” que debe llevar a cabo la continuación de una tarea, siendo su función la sistematización y la organización de lo que ya está establecido.  Pero contraria a esta noción está la que se ubica del lado de lo femenino, percibiendo la creatividad como el producto de la maduración de un pensamiento y en la que ya no es tan indispensable la actividad y la productividad como la incubación pasiva y reflexiva de una idea, que da lugar a la fuerza creativa en cuanto es conveniente.
Existen otras dos nociones más relacionadas con el papel del sujeto creativo en la sociedad. La primera de ellas corresponde al ámbito del Yo, que pretende ser dueño y manipulador de la fuerza creativa y esta ejemplificada con el descubrimiento del fuego por el hombre, el cual le otorga un conocimiento por encima de las demás especies permitiéndole controlar la naturaleza y someterla a sus necesidades. Tal noción está impregnada de narcisismo y es el equivalente en la mitología a un desafío a los dioses. La segunda es aquella en la que la personificación de la creatividad puede absorber tanto la individualidad de un sujeto que puede difuminarla hasta el punto de hacerlo perder su identidad, puesto que se convierte en una representación colectiva.
Sin embargo aquí no acaba, más allá de estas dos nociones se encuentra aquella que tiene que ver con una perspectiva de la creatividad como lo novedoso, pero también está atravesada por el tiempo. Lo creativo aquí corresponde a lo que transforma lo tradicional para poner en su lugar algo excepcional, es lo que conlleva el cambio a través del tiempo; pero fundamentalmente es lo que, partiendo de lo determinado, marca lo futuro a partir de una revelación. Es tal vez la noción más parecida a aquella que se pretende representar aquí como conciliadora con lo divino:
“Lo creativo se encuentra ligado al tiempo. Puede ser enemigo de su tiempo o hijo de su tiempo, pero, en cualquier caso, debe romper las limitaciones temporales para alcanzar la eternidad. [...] Está siempre en movimiento, un movimiento que parte de lo conocido y se dirige a lo desconocido, desde lo viejo a lo nuevo. Es una noción cubierta de esperanza y de optimismo, de crecimiento y de alegría. “ [6]

La estima de sí mismo, la búsqueda de conocimiento, la evaluación de las experiencias previas con el fin de superar las dificultades venideras y, en suma, el desarrollo individual potencial o el punto óptimo de evolución, todas ellas son cuestiones derivadas de esta necesidad del alma de crearse y re-crearse continuamente. En nosotros está el buscar los medios para lograr dicha creación, con el único objetivo de responder a esa eterna pregunta por el ser.
 



[1] Clarissa Pinkola Estes. Mujeres que corren con los lobos. E-biblioteca (versión PDF), pág. 29.

[2] DROPSY, Jacques. Vivir en su cuerpo. Buenos Aires. Paidós, 1987, pág. 19
[3] FUCHS, Thomas. Esquizofrenia y arte.
Tomado de: http/: www.gacetacrl.com/arteyenfermedad/adobe/esquizo.pdf

[4]Echegoyen, Javier. Introspección. Tomado de:
 http://www.e-torredebabel.com/Psicologia/Vocabulario/Introspeccion.htm
[5]HILLMAN, James, El mito del análisis, pág. 53
[6] HILLMAN, James, El mito del análisis, pág. 62.

1 comentario:

  1. Estimada Sara : Le envío la dirección de mi sitio para su conocimiento. "Pinturas Transpersonales"
    www.camilovillanueva.com . Gracias por su tiempo. Un cordial saludo desde Argentina y lo mejor para este nuevo 2014.
    Camilo Villanueva

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